Instituciones
Si, como dijera este pasado Kabalat Shabat el rabino Dany Dolinsky en la NCI de Montevideo, el Omer es una medida “agrícola” de nuestra capacidad de entrega, parece buena cosa poder pensar nuestro aporte como comunidad hacia la construcción de un judaísmo relevante. En las tres semanas que restan en la cuenta del Omer (estamos en el día veintinueve) intentaremos abordar tres variables que, a nuestro entender, determinan la vida judía del ishuv uruguayo. Parece especialmente pertinente cuando ha cambiado tanto el entorno y su actitud hacia lo judío en los últimos tres años: nos hemos convocado y reunido en torno a ataques verbales y un asesinato; más vale que, como dijera Rafael Fremd, no sea en vano.
Las tres variables que elegimos son: instituciones; dirigentes; educación. Está claro que están inevitablemente entrelazadas unas con otras. Hoy abordaremos el tema institucional.
Desde que me involucré en la actividad comunitaria en 1997 la opinión pública judía reclama menos instituciones y mayor eficiencia en el manejo de los recursos. Con la crisis de 2002 este asunto se volvió real y acuciante. Sin embargo, poco hemos hecho en cantidad y calidad al respecto. Hay una escuela menos, pero su fusión con otra llevó muchos más años que los que debía, y no pocos costos económicos, sociales, e identitarios: nunca sabremos exactamente cuántos niños judíos quedaron en el camino. Hay una comunidad menos patrimonialmente hablando aunque todavía existe como entidad política y representativa. Este fenómeno apunta al viejo concepto de la comunidad de orígenes: ¿es vigente hoy, siglo XXI, un concepto válido hasta mediados del siglo pasado? ¿Acaso no hay otro tipo de comunidades hoy día: de fe, de formas, de ideologías? Sigamos con el inventario.
En respuesta a la nueva pobreza producto del “2002” surge Tzedaká; hasta hoy convive con las viejas estructuras de ayuda social de la Comunidad Israelita, la Comunidad Sefaradí, y la NCI. Sí, todas ellas tienen, bajo una forma u otra, programas de ayuda social que mueven mucho dinero y en muchos casos atienden a los mismos beneficiarios. A esta altura, con sus recursos y estructura, Tzedaká debería ser la única a cargo de la ayuda social usando pero dirigiendo y controlando los servicios de las comunidades.
Tenemos Comité Central Israelita, Organización Sionista, y Bnei-Brith: tenemos que andar con cuidado para no cruzar declaraciones ni asumir roles superpuestos. Una vez más: en su origen y agenda son todas legítimas; pero en los hechos las tres apuntan a lo mismo: esclarecimiento y contacto con el mundo no judío. Más o menos verticalistas, más o menos políticas, más o menos dogmáticas, ninguna aporta nada realmente nuevo y distinto al discurso general y representativo judío.
Tenemos Keren Hayesod, Keren Kayemet, WIZO, “Amigos” de Universidades israelíes, y unas cuantas “instituciones” más destinadas al apoyo del Estado de Israel.
Tenemos siete movimientos juveniles. Dos escuelas. Cuatro centros comunitarios: Jabad, Bait Jadash/NCI, Yavne, Maimónides. Tenemos todavía cuatro comunidades de origen: Comunidad Israelita, Comunidad Sefaradí, Comunidad Húgara, y NCI. Tenemos CIPEMU en Maldonado y tenemos la Comunidad Judía de Paysandú.
Basta con hacer una suma de recursos humanos y económicos (los que se pueda imaginar, porque hay otros que no imaginamos) de todas estas instituciones, los proyectos que cada una lleva adelante, para tener una noción pasmosa y casi amedrentante acerca de cómo sostenemos la vida judía en el Uruguay. Porque si en algo estamos todos de acuerdo es que ser judío cuesta. Desde que recibimos las instrucciones en el Pentateuco acerca de la construcción del tabernáculo, quedó claro que ser y pertenecer supone desprendimiento; el concepto del “omer” refuerza esta tesis: damos aquello que apenas poseemos.
La demanda del primer lustro del siglo XXI sigue vigente; que no nos confundan los años de vacas gordas de los que hemos sido parte. Estoy seguro que ninguna institución gastó a cuenta, pero también de que será muy difícil seguir sosteniendo tanta infraestructura, lo que he denominado “estado judío”: la creación de parcelas de prestigio y poder que a su vez generan cargos rentados que pagamos entre todos.
Si bien la historia tiene su propia dinámica, en definitiva somos los hombres los que la protagonizamos. Si las comunidades de origen ya perdieron su sentido, sería inteligente crear espacios menos ambiciosos, igualmente formales y serios, que velen por las tradiciones, costumbres, e hitos de una grupo judío determinado pero dentro de instituciones sólidas y sostenibles.
Si la búsqueda religiosa (un cambio muy importante en el ishuv en los últimos treinta años) y espiritual es una demanda, reforcemos la agrupación por formas de entender la religión y su práctica. Todos reconocemos tres corrientes claras y distintas en Uruguay: en orden geográfico de oeste a este, está la ortodoxia moderna representada por Yavne; la corriente masortí o “conservadora” en NCI; y la versión ortodoxa de Jabad. El sentido común indicaría que reforzar la pertenencia a cada una de éstas opciones reforzaría el judaísmo a nivel comunitario; por el contrario, la permanente lucha y censura mutua sólo contribuyen a empujarnos unos a otros, hasta que alguno quede fuera: no sumamos, restamos.
Así como Tzedaká debe aunar los esfuerzos sociales de todos los orígenes, la organización política del ishuv merece una profunda revisión. La reciente experiencia en la presidencia del CCIU demuestra como un discurso actualizado permite un mejor acercamiento a la sociedad. Las chacras políticas son vestigios de una civilización anterior: no solamente somos pocos para pelearnos tanto, sino que las demandas han aumentado. Se precisan los mejores y se precisa efectividad.
Por último: la recaudación y asignación de recursos se verían muy beneficiados de una racionalización de la estructura judía. Todos somos contribuyentes generosos pero a la vez celosos del fin de nuestro aporte. Cada uno tiene derecho a elegir el destino del mismo y el sistema debe velar por cumplir ese derecho. Sea un metro cuadrado de construcción o una beca escolar, reconocer físicamente nuestra contribución no se compara a convocatorias anuales en aras de organizaciones imperceptibles y lejanas. Todos apoyaremos propuestas concretas y honestas (el Proyecto Shoá es un ejemplo perfecto) pero antes debemos sincerarnos puertas adentro.