El «Problema» de Israel
¿Por qué los judíos norteamericanos están cada vez más alejados de Israel? Elliott Abrams y mi amigo y colega Daniel Gordis, en sus últimos ensayos en Mosaic, sostienen que la respuesta no está en la configuración política y las políticas del gobierno israelí actual, sino en la naturaleza cambiante de la vida judía estadounidense contemporánea, al ser menos religiosa, menos observante, menos informada, menos comprometida y con más matrimonios mixtos. Por lo tanto, si hay algo para ser “culpado” por el creciente distanciamiento, no es lo que Israel está haciendo o no haciendo, sino más bien el deterioro fundamental de la identidad judía estadounidense.
Ni Abrams ni Gordis ofrecen una “solución” para el malestar de la vida judía contemporánea norteamericana. Para ser justos, éste no fue el mandato o la intención de sus artículos. De hecho, su análisis los deja a ambos en una situación profundamente pesimista, porque reconocen que el hecho de desplazar la culpa desde Israel hacia otro lado poco hace para resolver el problema.
El hecho de que la identidad judía norteamericana contemporánea sea claramente diferente, es algo incuestionable, y, sin duda alguna, sufre de la asimilación judía de lo que es el pecado original, es decir, el haber nacido más tarde. Además, somos un pueblo de matrimonios mixtos en un grado sin precedentes hasta ahora. Si estamos menos informados, comprometidos, identificados y somos menos religiosos que en el pasado, ya es algo menos seguro. A menudo esto no es tanto una simple cuestión de hecho sino más bien un asunto ideológico, ya que depende de qué parámetros se usan para medir la religiosidad y el compromiso. Si el parámetro son los matrimonios mixtos en sí mismos, simplemente estamos asumiendo una definición previa del compromiso en lugar de buscar sus manifestaciones posibles actuales.
Estamos en un período de transición en el cual se están redefiniendo la naturaleza de la identidad, la religiosidad, y el compromiso judío. No deseo celebrar los logros de la vida judía contemporánea, pero tampoco quiero lamentarlos. Si y cómo prosperará el judaísmo no está claro, y la respuesta no depende simplemente de quiénes son “ellos”, sino en lo que “nosotros” hacemos a partir de este momento. Al igual que en otros momentos de transición en nuestra historia, nuestra supervivencia y vitalidad dependerán de nuestra capacidad para innovar e inspirar y para ofrecer una visión del judaísmo que añada valor a nuestras vidas.
El hecho de que seamos “menos” que nuestros padres y abuelos o “mejores” es, en mi estimación, en gran medida irrelevante. Como educador, estoy consternado por el juego de la culpa, que, en lugar de ofrecer un plan para el futuro, hace una división de los judíos entre nosotros y ellos, entre los buenos y los malos, entre los que “tienen las cosas claras” y los que no las tienen.
Como todos sabemos, vivimos en una época en la cual la identidad, las lealtades y las afiliaciones ya no son simplemente heredadas. Deben ser elegidas. En este sentido, todos los judíos deben convertirse en judíos por elección, judíos que decidan verse a sí mismos como parte del pueblo judío y la historia judía. Lo que es interesante es que 2.000 años atrás, nuestra tradición rabínica obligaba precisamente a hacer esto como un mandamiento central de la fiesta de Pésaj, es decir, que cada judío se viera a sí mismo como si, personalmente, hubiera salido de Egipto.
Lo que los rabinos posiblemente no tomaron en cuenta fue lo difícil que podría llegar a ser cumplir con este mandamiento. En el pasado, podría haber sido suficiente con contar la historia. El conocimiento de la historia suponía la identificación con ella, porque después de todo, era tu historia. Hoy en día, somos los receptores de muchas historias que compiten por nuestra identidad y lealtad: judía, estadunidense, canadiense, de género, socioeconómica, geopolítica, por nombrar sólo algunas de ellas. A cuáles de ellas elegimos como nuestro legado, en cuáles decidimos actuar, a quiénes damos nuestra lealtad, ésa es la cuestión.
Para que el judaísmo “gane” en el mercado abierto de identidades, debe competir, y no simplemente relatar, y por cierto no volver a relatar, su historia. Ya no puede obligarnos de forma culposa a hacer que nos sintamos judíos ni puede obligarnos a asumir la identidad por temor. El judaísmo debe inspirar, desafiar, enriquecer y ennoblecer. Debe innovar y crear, hablar con las personas en el lugar en el que se encuentren y ofrecer una visión de lo que podrían llegar a ser. Cualquier cosa menos lo relegará a un segundo plano de la conciencia contemporánea.
Israel mismo no es diferente, y no es inmune de tener que competir por la lealtad de nuestro pueblo. No podemos simplemente volver a contar la historia de los logros del pasado de Israel con la esperanza de que generará una lealtad recién descubierta. No podemos simplemente abogar por la justicia de Israel en relación a sus enemigos con la esperanza de que su ventaja moral relativa será suficiente. No lo será. Todo esto puede ser suficiente para convencer a los comprometidos en quedarse. Pero no es suficiente para inspirar a la nueva generación de judíos para que elijan ver a Israel como una parte integral de su historia judía.
Una de las conversaciones más tontas manejadas es si el antisemitismo está en aumento o en declive, si estamos mejor o no, bajo la ilusión de que las malas noticias lograrán “ganar” una mayor identificación con Israel. En una época en la que se deben elegir identidades, nadie en su sano juicio optará por ser parte de una narrativa de muerte y crisis cuando tiene la opción de ser parte de una que ofrece paz y seguridad. El antisemitismo ya no es una carga con la cual conectarse, sino un catalizador para asimilarse.
El tema central para los involucrados en “el problema de Israel” no es centrarse en la causa, sino en lo que podría ser parte de una solución. Al igual que Abrams y Gordis, yo también creo que ubicar la única causa en las políticas actuales de Israel es superficial. Eso no significa, sin embargo, que un cambio en las políticas de Israel o en la capacidad de trabajar para construir el Israel que quieres, no sea una parte necesaria de la solución.
Israel no necesita morir noblemente en el altar de las aspiraciones morales ingenuas para convertirse en algo “valioso” o “comprometible” para los judíos norteamericanos. No es con un Israel muerto con el que buscamos identificarnos, sino con uno vivo, uno que valore sus propios derechos y justos reclamos de seguridad, ya que debe preocuparse por los derechos de los demás.
El Israel que amo es el lugar donde los valores judíos se plasman en realidad, donde nuestro compromiso con el valor de toda vida humana se encuentra con el puesto de control. Donde la patria del pueblo judío necesita asumir, en el sentido más amplio, lo mejor de la democracia liberal.
Israel no es un museo en honor a nuestro compromiso con los principios utópicos, sino más bien una realidad viva que lucha para encarnar la bondad, en la medida de nuestras posibilidades, en el Medio Oriente. Para defender nuestros valores en el medio del peligro. Para lograr un compromiso en un mundo no redimido sin perder nuestra misión principal “de andar en el camino del Señor, haciendo lo que es justo y recto”. (Génesis 18)
Mi experiencia me ha demostrado que un Israel que encarne estas aspiraciones, que sea autocrítico incluso hasta el extremo, y que se resista a ser definido por la realidad, sino que se esfuerce por definirla, respetando siempre su legítimo derecho a sobrevivir, es un Israel, que inspira la identificación. Una comunidad judía sin miedo a la crítica y que esté unida en torno a los valores que deberían infundir las políticas de Israel, genera una conversación sobre Israel que promueve el compromiso de los menos comprometidos.
Al igual que Abrams y Gordis, tengo mis dudas acerca de si una conversación crítica sobre Israel inspirará el compromiso por sí misma. Yo sé, sin embargo, que una conversación no crítica sobre Israel que abogue por la celebración de Israel tal y como es, en lugar de desafiarte y permitir que pienses en el Israel que deseas, hará que un compromiso sea imposible. Un cambio en las políticas de Israel hacia los palestinos, los árabes israelíes y el lugar que ocupan los valores judíos liberales en la sociedad israelí, por sí sólo no fomentará un nuevo compromiso con Israel. Sin embargo, sin un cambio en la política, o por lo menos, sin la existencia de un amplio espacio para trabajar para cambiar estas políticas, este compromiso con Israel no se dará.
El pesimismo es un lujo que no nos podemos permitir, y el juego de la culpa es destructivo para nuestro futuro. Ser judío es ser parte de un pueblo, leal a él independientemente de quienes lo integran y no simplemente estar enamorados con quienes lo integraron. Es hora de que nuestra comunidad trascienda sus divisiones políticas e ideológicas para dar la bienvenida a nuestra gente del futuro con toda su complejidad, para comenzar a hablar con ella y aspirar a inspirarla. Si lo hacemos, podremos encontrar el camino para superar el «problema» de Israel.
Rabino Donniel Hartman, The Times of Israel, 14 de abril de 2016