Januca: resistencia y milagro

Estamos familiarizados con la historia de Januca, la celebración de las luminarias y el carácter milagroso del aceite que sirvió para que las ocho velas ardieran a lo largo de los días, luego de que el Templo de Jerusalén fuera recuperado. La celebración parte de una situación de resistencia, la de los Macabeos, en el contexto de una guerra política frente a los helenos.

La resistencia.

¿Qué significa resistir? Podríamos decir, en un principio, que en Januca hay dos formas de resistencias: una político-militar y la otra político-cultural. La primera es la que involucra la defensa del lugar, del hogar, del Templo, de la casa y de la comunidad. La resistencia del cuerpo, materialmente. Estar frente a ese que quiere lo propio y resistir sus embates. Allí, erigidos, los macabeos, constituyen el judaísmo de las armas, de este cuerpo que se para frente al enemigo.

La segunda resistencia es, la resistencia (o también supervivencia) judía por antonomasia: la conservación de la identidad, difícil, que es la judía. La resistencia cultural y política de la tradición. Aquella frente a las imposiciones del otro, del imperio, del gobierno, que no van al cuerpo sino a la forma de vida. Aquello que exige ser el otro o comportarse como él. En el contexto de Januca, el mundo griego era este otro.

En un apasionante y polémico texto, Jan Assmann explica que dentro del Antiguo Testamento habitan dos religiones: una sacerdotal y, por otro lado, una deuteronómica. La primera, funciona como manual para la base del culto en el Templo mientras que la segunda tienen las bases doctrinarias para construir una guía de vida y un ordenamiento social común: el judío. Sin embargo, y por ello la complejidad del escrito del egiptólogo alemán, ambas religiones se encuentran en una situación de coexistencia como parte de la Biblia hebrea y es gracias a esta convivencia en que se hace posible explicar, desde la perspectiva del autor, la existencia del judaísmo. Esta duplicidad es justamente el pasaje entre una religión arcaica hacia el monoteísmo, a través de una revolución propia del pueblo judío que Assmann llama “la distinción mosaica”.
Si retomamos por un instante la hipótesis de Assmann podemos entender, cual metáfora, que el judaísmo nunca fue (ni será) uno: el judaísmo es el culto del Templo y es su transformación deuteronómica. El judaísmo es la religión de los sacerdotes y la religión revolucionaria de los rabinos. El judaísmo es la resistencia político-militar y la resistencia político-cultural; resistencia y milagro. Es por ello que debemos tener una mirada aún más amplia que la de una cosa u otra, que la de un milagro de la luz por sobre la vida del cuerpo que resistió ante el otro; como tampoco debemos perder la mirada lumínica del milagro sobre la historia del pueblo: para poder hacerse de la experiencia lumínica del milagro es necesario tener tanta fe como capacidad de confiar en el mundo como situación supra-humana.

Volviendo al otro, aquel, frente a quien se resiste, aquel otro también fue parte de la posibilidad de un judaísmo renovado: el judaísmo que supo no sólo resistir, sino incorporar. Que pudo ver en el otro algo más allá de la opresión, algo que hizo a la identidad judía. Y ese es también el milagro.
Otro milagro.

La filosofía judía no se define por ser una filosofía elaborada por un judío ni por una filosofía que se constituya tan sólo en base a las fuentes judías. La filosofía judía aparece en un momento dado de la historia refiriéndose a la tradición judía y mostrado los rasgos comunes existentes entre determinados textos de dos tradiciones: la herencia hebrea y el pensamiento griego. Es la combinación entre el mundo judío y el mundo exterior con el que convive y se vincula en su existencia, diaspórica: experiencia en el mundo. La filosofía judía es, podríamos sugerir, la explicación de las creencias y las prácticas judías por medio de conceptos filosóficos de origen griego. Resistencia y acercamiento. Identidad y memoria. Milagro. Es aquello que surge como resultado de la relación entre la tradición del pueblo judío y la tradición de la reflexión filosófica de la tradición helénica.
La resistencia no es un concepto maniqueo, es un proceso de incorporación. El judaísmo recuerda en Januca el milagro del aceite y deja de lado la resistencia macabea frente al otro. La resistencia militar, del cuerpo, milagrosa, de lo poco frente a lo mucho. Pero también olvidamos que en toda resistencia ese otros deja algo imposible de quitar-se de encima. La experiencia de convivir con y contra, la coexistencia. Son las huellas de las civilizaciones que formaron parte del pueblo judío: en donde su ser y estar no fue tan sólo la diáspora o el auto-exilio interior. Al contrario, la resistencia como intercambio, resistencia político-cultural que hace al propio pueblo: que es antigüedad y futuro, tradición y revolución; aquello que constituye la distinción mosaica.


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