Los desafíos teológicos que presenta Sucot a los judíos de la diáspora

Nuestras festividades judías favoritas (por lo menos en la diáspora) son generalmente aquellas que encajan perfectamente con nuestras costumbres y modo de pensar, son fáciles de explicar a los demás, y están llenas de mensajes optimistas para nosotros y nuestros hijos. Eso es lo que hace de Sucot un gran desafío. Llegando después de los Iamim Noraim, durante los cuales estuvimos rodeados de tantas personas judías que muchos de nosotros necesitamos salir a tomar un poco de aire secular, debemos construir una cabaña en el patio de atrás, tomarnos otro día en el trabajo o escuela, batir un conjunto de palmas, arrayanes, sauces y un cítrico, y comer afuera por una semana.  

Sucot no puede esperar porque la cosecha no espera. Es que en la tierra de la cual deriva la fiesta, la lluvia no va a esperar mucho más.

Entonces juntamos madera y palmas, las plantas y las decoraciones, e intentamos manifestar tres mensajes teológicos que me ponen un poco nervioso.

El primer mensaje de Sucot es que la naturaleza y el mundo exterior – los aromas, paisajes y sonidos del universo- son tan centrales para el judaísmo como todo lo que pasa dentro de nuestras cabezas. Yo soy en el fondo una persona “interior”. Cuando salgo, quiero estar cómodo. Evito las carpas, insectos y el mal tiempo cuando es posible. Llega esta festividad, en la que me veo obligado a comer afuera, a menos que llueva tan fuerte que la sopa pierda su gusto; en la que me veo obligado a martillar clavos y cosechar bambú para tapar la suca; y a decir plegarias sobre un conjunto de plantas, cuando no puedo distinguir entre una rosa y un tulipán, y me veo obligado a rezarle a Dios a diario por generosidades agrícolas que yo personalmente nunca coseché.

Sin embargo, lo que recuerdo de mi experiencia de Sucot como niño es exactamente esto – la experiencia física, el olor del vino mezclado con el follaje de Nueva Inglaterra en la suca de mi congregación, la ondulación del lulav y el brillante y amarillo etrog. Nuevamente, salgo de la profunda reflexión de Iom Kipur y vuelvo a la tierra, aprecio la naturaleza, y la creación divina del mundo físico, y la necesidad de bendecirlo y cuidarlo. Sin el desafío de Sucot año tras año, la planta de bambú en mi patio trasero crecería incontrolablemente, siendo una parte de ese mundo natural, demasiado desordenado e  incierto para prestarle demasiada atención.

El segundo mensaje de Sucot puede que sea incluso más difícil, especialmente para aquellos que son menos fóbicos a la naturaleza que yo. Este mensaje nos dice que las posesiones no significan nada, que las propiedades son falsas y la única vivienda confiable es una cabaña en el jardín. Hay un libro de niños maravilloso, “Esta Gran Suca,” que nos cuenta la historia de un familia pobre que nunca puede invitar a sus parientes para las fiestas porque no tienen suficiente espacio. Pero una vez en Sucot, el padre se da cuenta de que el patio es más grande de la casa, y por lo tanto, su Sucá, construida rápidamente con materiales prestados, puede ser la más grande de la familia. Desde ese momento, todos los años, esta familia invita a todos sus parientes a la gran Sucá. Sucot nos recuerda de la igualdad de los ricos y los pobres. A todos nos llueve sobre la sopa; el sauce de todos muere en el quinto o sexto o séptimo día; la Sucá de todos es temporal y frágil e inmune a los vientos y tormentas. Es un mensaje que preferimos no escuchar – nosotros, en nuestros protegidos edificios- pero es un mensaje inevitable, y Sucot, esta fiesta a veces devaluada, es la forma en la que los judíos lo recibimos.

El tercer mensaje de Sucot es que además de la centralidad del mundo natural, y la vulnerabilidad humana, el punto focal para los judíos es la tierra de Israel. La cosecha que honramos es aquella del Medio Oriente; la lluvia por la que rezamos en Shmini Atzeret (aquel día de fiesta que le agregamos a Sucot) está basada en el comienzo de las lluvias en Israel, Con respecto a Sucot, y digo esto desde un punto de vista estrictamente teológico, estamos en el lugar equivocado.

Jeremy Bernstein, en su libro, “El camino hacia el Judaísmo y el Medio Ambiente,” (Jewish Lights, 2008) discute el problema del “lugar” en el judaísmo, y la transformación de Israel de una realidad virtual a una concreta. Ahora que lo que Heinrich Heine llamó “una tierra portable” se ha convertido en un lugar real, ¿como hacemos para celebrar Sucot en lo que es ahora un exilio auto-impuesto? Iom Kipur es tan universal que sabemos que podemos encontrarnos en cualquier lado, pero Sucot es enteramente sobre la tierra real.
Eso también es un desafío para mí. Algo que me llamó la atención cuando pasé mi primer año viviendo en Israel fue que mucha gente construye sucot, incluso israelíes laicos. Era parte del ambiente cultural.
Entonces, ¿por qué Sucot nos sigue importando a nosotros acá? Precisamente porque no es una fiesta de libros. En cambio, nos pide que protejamos el medio ambiente, y recordamos que tan fácil se desintegra y desarma. Nos dice que nuestras posesiones son temporales, y nuestro trabajo por el resto del año es preocuparnos por el bienestar de otros. Y nos recuerda a aquellos que vivimos en la diáspora que nuestro verdadero hogar esta en otra parte, y por una semana, vivimos en sintonía con los ritmos sus estaciones y melodías de su agricultura. Esa tierra, al igual que la Sucá, es frágil y vulnerable, y sujeto a las tormentas de la historia y política.

Sucot, después de todo, nos recuerda a los judíos de la diáspora que estamos un poco fuera de sintonía.

Fuente: Haaretz
Traducido por: Mariel Benedykt


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