Meron 5781

La tragedia en Meron este Lag BaOmer 5781 (madrugada del 30 de abril de 2021) es un tema insoslayable. Sea que estemos más o menos afines a ese tipo de culto, o más o menos identificados con quienes suelen participar en ellos, el hecho está relevante por su propio peso: la muerte hasta este momento de cuarenta y cinco personas y tres veces ese número en heridos. Tampoco es momento de hacer leña con el árbol caído: no es momento de mezclar luto con política, hechos con responsabilidades, ni ser oportunista en la coyuntura. Si algo hemos aprendido en este largo año de pandemia es que lo imprevisto sucede. Creer que con devoción y misticismo controlamos la realidad es pensamiento mágico. Creer que podemos evitar todos los desastres, es un acto de soberbia.

Lag BaOmer es una festividad post-bíblica en la que se cruzan varios relatos: por un lado, el cese de la plaga que diezmó a los alumnos de Rabi Akiva; por otro lado, la victoria temporal de Bar-Kojba frente a las legiones romanas; y, razón por la cual se congregan muchos judíos en Meron, la muerte del alumno de Rabi Akiva, Rabi Shimon Bar-Iojai. El sustento histórico de estos episodios no es relevante; prefiero concentrarme en la construcción de significados implícita en ellos.

Que los veinticuatro mil alumnos de Rabi Akiva hayan sido tales o soldados en la rebelión contra los romanos, este día conmemora la detención de una matanza. Lo que no mató la plaga lo mataron los romanos, o viceversa. Los treinta y dos días iniciales del Omer son luctuosos porque no sólo habíamos perdido el Templo cincuenta años atrás, sino porque estábamos en el doloroso proceso de construir el judaísmo rabínico. Lag BaOmer fue el punto de quiebre que eligieron nuestros sabios, de bendita memoria; si bien sepultaron por muchos siglos el triunfalismo militar por temor al poder de Roma primero y de otros pueblos más tarde, rescataron el valor ético y luego místico de la fecha.

Dejemos entonces de lado, a estos efectos, el lado militar de la historia, tal como nos lo ha explicado nuestro Rab Dany Dolinsky. La súbita interrupción de la plaga no puede ser más milagrosa; y la muerte de Bar Iojai y su exhortación a sus discípulos que vivan su muerte con alegría no puede ser más mesiánica. Por eso Lag BaOmer es una transición inmediata del luto a la alegría desenfrenada, algo comparable con la transición de Iom Hazikaron a Iom Haatzmaut en la época moderna (que también recuerda a los difuntos). Pese a que un estado de ánimo sucede al otro, el quiebre de un minuto al siguiente también connota simultaneidad. La vida judía es exactamente así: triste, alegre, y esperanzada.

La dimensión trágica del desastre en Meron en 5781, veinte siglos más tarde, es que en este Lag BaOmer han muerto hasta ahora cuarenta y cinco alumnos de Ieshivot. Por si no fuera suficiente, la “plaga” que hoy llamamos pandemia, parecía estar bajo control. Milagrosamente o a fuerza de recursos humanos y científicos, como sucediera en los albores del siglo II EC, en Israel una ola de contagios llegó a su fin. Como entonces, decenas de miles de ávidos estudiantes de Torá buscan en ella, a través de sus rabinos, la revelación. Tristemente, la tragedia de Meron pone de manifiesto la vigencia y la atemporalidad de algunos valores. En términos modernos, cuarenta y cinco muertos en una avalancha es una tragedia de proporciones mitológicas como la de los veinticuatro mil.

Los Rabinos (Jazal) acuñaron también la expresión del “odio gratuito” u odio irracional entre “hermanos” (judíos) para explicar la caída del Templo de Jerusalém, que da origen a esta saga de la cual todavía somos parte. Estoy seguro que todos los que se dieron cita en la víspera de este Lag BaOmer en Meron sentían un amor fraternal uno por otro, aun cuando para el resto del país o del pueblo judío ellos son la causa de algunos de los males más endémicos que aquejan a nuestro pueblo: desde el desprecio mutuo con las corrientes liberales e incluso con algunas ortodoxas, hasta la fobia que despiertan en el judaísmo de corte secular y tradicionalista, más ajeno a los rituales que nos conectan con Dios, y de Dios mismo. Su obstinación, su rigidez, la prevalencia de las leyes de la Torá por sobre las leyes nacionales, han ubicado a muchos de ellos, para muchos de nosotros, casi fuera del sistema. De alguna manera, nos espejamos por la negativa: eso que tu sos, yo no soy.

Por eso lo sucedido en Meron adquiere tanta relevancia. Porque por un lado lleva al paroxismo y de allí directo a la muerte a demasiados judíos, mientras que por otro lado nos obliga, a todo el resto, a repensarnos. La contracara del odio gratuito no es el amor; ¿por qué no pensar en empatía incondicional? ¿Quién no estuvo en medio de multitudes que superaban cualquier predicción y lógica en la hora de Neilá en Iom Kipur en cualquier templo de cualquier denominación? ¿Quién no pensó por un momento que no sucediera algo imprevisible? Son momentos breves e intensos, porque si no fueran tan breves no podríamos darnos el lujo de vivirlos. Pasada la pandemia, será un tema que nadie pasará por alto.

En Meron la prudencia fue sepultada por la intensidad mística y el fervor religioso. Pudo no haber sucedido, pero sucedió. También podría haber un nuevo brote de Covid en quince días. Desde el punto de vista de coherencia racional, todo el evento fue mal concebido y peor implementado. Pero miro alrededor y todos los días veo, en todo el mundo, pequeños episodios tipo Meron. Las responsabilidades quedan en mano de la soberanía nacional israelí, sus instituciones, sus autoridades. En nuestro entorno quedan la condolencia, el asombro, la impotencia, y más o menos tristeza; pero sobre todo debería quedar una señal, un llamado de atención que nos lleve a la introspección. Seamos como los peregrinos de Meron o seamos otro tipo de judío, de Egipto salimos todos a pie y la Torá la recibimos todos de pie. Sucederá otra vez, en pocos días, en Shavuot. Si Dios quiere.