Arnold Schwarzenegger y su referencia a la Kristallnacht

A raíz de los sucesos en el Congreso de los EEUU el pasado 6 de enero el Ex Gobernador del Estado de California Arnold Schwarzenegger difundió un video condenando los hechos y al Presidente Trump. Si el video se viralizó y tuvo tanto impacto seguramente no fue sólo por la fama de su protagonista, a esta altura legendaria pero irrelevante, sino por su contenido.

Hay quienes han elegido focalizarse en el comienzo de su alegato, sesenta segundos netos, que hacen referencia directa la Noche de los Cristales Rotos. Si bien no se oponen al contenido del resto del video, eligen condenar una supuesta “banalización” de la Shoá, en la referencia a los luctuosos hechos de la noche del 9 de noviembre de 1938. El problema de este tipo de lectura selectiva y parcial de un texto completo (dura seis minutos) es que por un lado desvirtúa el texto y por otro termina banalizando aquello que pretendía defender de la banalización. Si un episodio como la Kristallnacht no puede ser usado como recurso retórico en un alegato contra la violencia, los golpes de Estado, el uso indiscriminado del poder, o cualquier fenómeno de ese tipo que atente contra las instituciones que preservan el pluralismo, la diversidad, y la protección de las minorías, entonces de poco habrá valido la Shoá.

Siempre he afirmado que la Shoá es única. No hay otro genocidio en la historia de la humanidad, y los ha habido de proporciones dantescas, que tenga sus características: la irracionalidad de su razón de ser (exterminio por mero odio racial), la sistematización industrial, los recursos volcados en el proyecto, y la cantidad de víctimas. Al mismo tiempo, siempre he sostenido que una cosa es preservar la memoria, la información, las experiencias, y la esperanza, y una muy otra seguir alimentando una tesis de unicidad, singularidad, e identidad como pueblo basada en esa tragedia, la mayor de nuestra historia. Hubo judíos y antisemitismo antes de la Shoá y los habrá después; si sólo nos paramos como víctimas, poco podemos ofrecer a nuestros descendientes.

Cuando alguien construye un alegato en torno a eventos tan peligrosos y condenables como los que sucedieron en Washington DC y elige aludir a la Noche de los Cristales Rotos, siento que aquella no fue en vano. Que hay quienes asumen el desafío de condenar tanto aquello como esto, independientemente de las consecuencias históricas que terminen teniendo los eventos recientes. Ojalá no sea ni parecido a las consecuencias de aquella noche de 1938 que cada año nos compelemos a recordar.

Por algo Schwarzenegger eligió no aludir a la Shoá y sus connotaciones en general sino a la Kristallnacht y las suyas específicamente: abuso del uso de la fuerza, invasión de la propiedad privada, y destrucción de los símbolos de una cultura. A diferencia de 1938 en Alemania y Austria, en Washington DC hubo quien puso coto a la situación. El régimen democrático, Vicepresidente Pence mediante, prevaleció y hoy las bravuconadas de Trump parecen estar bajo control; esperemos. Si es así es en gran medida por la condena de un republicano “duro” como Schwarzenegger.

Reconozco que para muchos de nosotros, judíos, el Presidente Trump y su mandato representan uno de los mejores momentos en la historia de Israel y su relación con los EEUU; momento que difícilmente se repita en el futuro cercano. En ese contexto, puede resultar incómodo condenarlo por su conducta, ideología, y desvalores. Sin embargo, criticar una condena por el mero hecho de usar un trágico hecho histórico como recurso retórico porque “nos” sucedió a los judíos, es desconocer el rol que hemos jugado en la historia. Si los profetas bíblicos de Israel son citados hasta nuestros días, si Nancy Pelosi puede citar al poeta israelí Ehud Manor, cómo podemos condenar el uso de eventos luctuosos de la historia reciente para un propósito tan noble. La Shoá nos sucedió a los judíos, eso es incuestionable, pero fue uno de los momentos más bajos y peligrosos en la historia de la Humanidad.