La Cuestión de los Muros bajo Pandemia.

Rabino Donniel Hartman, The Times of Israel, 8 de octubre de 2020

¿Cuál debería ser la respuesta de Israel cuando sus comunidades jaredíes (ultra-ortodoxas) ignoran displicentemente las pautas de cuarentena del coronavirus? Sé que con el simple planteo de la pregunta corro el riesgo de ser acusado de una forma de antisemitismo, señalando injustamente el blanco favorito de los judíos liberales. Los críticos pueden argumentar que los haredim no son un grupo monolítico. Cada comunidad tiene sus casos aparte. ¿Qué pasa con los manifestantes en contra de Netanyahu y algunos otros?

Todo lo mencionado es cierto. El liderazgo jaredí sefaradí apoya inequívocamente la cuarentena estricta como una obligación religiosa. Muchos dentro de la comunidad jaredí ashkenazí hacen lo mismo. Muchos en Israel, incluidos nuestros ministros y líderes, cometen violaciones de la cuarentena que no lucen demasiado importantes. Todos lo hacemos. También es cierto que los manifestantes anti-Netanyahu están violando las reglas de distanciamiento social. Yo, por mi parte, no creo que la democracia de Israel se vea amenazada si las manifestaciones se limitan a 20 personas en miles de sitios alrededor de Israel hasta ese momento en que el número de nuevos infectados caiga por debajo de 2.000 por día.

Sin embargo, la simple realidad es que el 40 por ciento de las nuevas infecciones diarias provienen de la comunidad jaredí y que no hay evidencia de un aumento de la infección entre la izquierda política. Por el contrario, el porcentaje de jaredim que se someten a pruebas y dan positivo es cercano al 25 %, tres veces más alto que cualquier otro sector de la sociedad israelí, incluidos los árabes israelíes, que en agosto también encabezaron la carga en contra de la cuarentena. Hoy en día, la comunidad jaredí lidera tanto en número de enfermos críticos como de muertes, muy por encima de su tamaño, considerado proporcionalmente. Estas estadísticas requieren una rendición de cuentas y una respuesta pública coherente.

Como judío liberal, siempre he estado en contra de la idea del “meltin gpot”, el crisol social. En la Diáspora, esta teoría se constituyó en una amenaza existencial a la supervivencia judía. Como lo argumentó correctamente Horace Kallen, la singularidad de Estados Unidos y la razón por la que era un país tan hospitalario para los judíos radicaba en que era una nación de nacionalidades. Siempre me enojo cuando los judíos de todo el mundo son acusados de doble lealtad, como si la lealtad al pueblo judío y a Israel no pudiera coexistir con la lealtad a la nación en la que uno vive. Todos somos miembros de múltiples comunidades y, por definición, tenemos múltiples lealtades. El desafío, como lo planteó Louis Brandeis, no es la dualidad de lealtades, sino las lealtades en conflicto.

Rechazar el derecho de los jaredim a ser diferentes es violar los principios más fundamentales del liberalismo, el pluralismo y la democracia. La sociedad israelí es una nación de comunidades, y el pueblo judío una comunidad de comunidades. Como tal, la diferencia no socava nuestra cohesión social; más bien, los intentos de deslegitimar las diferencias es lo que deshilacha nuestro tejido colectivo. Nuestros compromisos con la tolerancia ideológica y política siempre son desafiados por aquellos con quienes discrepamos más significativamente. Y, como lo argumentó Aharon Barak, somos más desafiados por aquellos que no nos toleran, pero a quienes, sin embargo, estamos obligados a tolerar.

El dilema al que nos enfrentamos hoy no es el derecho de la comunidad jaredí a ser diferente. No se trata de su compromiso con la Torá y la oración comunitaria, o la devoción a la santidad de las fiestas de Tishrei, o de honrar a sus rabinos (vivos o muertos). Las lealtades múltiples no son el problema. Lo son las lealtades en conflicto, especialmente cuando las consecuencias no se limitan solo a la comunidad jaredí. Una cosa es cuando la mayoría de la comunidad jaredí se niega a participar en la defensa del Estado de Israel. Realmente creen que enviar a sus jóvenes al ejército en lugar de a la ieshivá llevará a la secularización masiva. Muchos también creen que es el estudio de la Torá lo que sostiene la supervivencia de Israel.

Sin embargo, las actuales violaciones de la cuarentena no tienen motivaciones religiosas e ideológicas. La obligación halájica de pikuaj nefesh (preservar la vida) no es discutible, y es algo fundamental. Las violaciones son producto de su sentido de autoalienación y de su desprecio por cualquier autoridad secular. Si bien esto puede ser tolerable en tiempos normales, no lo es cuando las consecuencias son funestas, no solo para ellos mismos, sino para el resto de la sociedad israelí.

Cada noche, mientras veo un informe sobre los enfrentamientos entre la policía y miembros de la comunidad jaredi, me doy cuenta de la inutilidad de intentar forzar la lealtad colectiva. No les preocupan las consecuencias de sus acciones sobre los demás; y, como resultado, esos “otros” fracasarán en educarlos y ciertamente no a través de la policía. La cohesión de una comunidad de comunidades depende de que cada comunidad se vea a sí misma como parte de un todo más amplio frente al cual es responsable.

En las últimas décadas hemos sido testigos de un proceso de aparente «sionificación» jaredí. Si bien es claramente una comunidad distinta con intereses y necesidades particulares, se ha convertido en una parte integral del tapiz de la sociedad israelí. Sus líderes políticos ocupan puestos y responsabilidades nacionales y, a menudo, y especialmente durante la crisis del coronavirus, los adultos presentes desafían a los políticos partidarios de actuar por el bienestar de la sociedad israelí en su conjunto. El comportamiento reciente de partes de la comunidad jaredí ashkenazí, sin embargo, suscita serias dudas sobre la profundidad de esta sionificación. Como lo dijo mi colega y amigo Yossi Klein Halevi, muchos jaredim anteponen los intereses de su comunidad a los del pueblo en general. Para ellos, Israel, como patria del pueblo judío, siempre estará en segundo lugar, después de ellos mismos.

Como judío para quien la condición de pueblo es la base de mi identidad religiosa, y como sionista para quien Israel es la patria de todas las diversas comunidades judías, dar la espalda a la comunidad jaredí significa violar mis más profundos compromisos judíos y sionistas. Pero ¿qué se supone que haga cuando está claro que muchos de ellos me han dado la espalda?

Hay gente que aboga por sanciones, principalmente económicas. Recortar los fondos para las ieshivot y los subsidios infantiles para las comunidades que violan la cuarentena. Cortar la influencia política de aquellos cuya lealtad a su comunidad está en conflicto con el bienestar del país. Políticas de esta índole no nos llevarán a ninguna parte. Solo profundizarán nuestras divisiones comunitarias y afianzarán nuestras lealtades partidistas. El cambio solo ocurrirá cuando la comunidad jaredí se comprometa a aceptar plenamente el don de Israel como nación de comunidades y su papel en apoyarla.

Mi compromiso con mi comunidad y con el Estado de Israel en su conjunto no me permite, sin embargo, esperar pasivamente esta transformación. Otras comunidades están siendo infectadas, literalmente. La economía en su conjunto se está debilitando. Israel se está tornando de color rojo, en lugar de pasar al verde. Si partes de la sociedad jaredí no se ven a sí mismas como parte de un todo más grande, entonces creo que debemos ponernos en cuarentena unos de otros. Si algunos sectores de la comunidad jaredí quieren intentar el modelo sueco de inmunidad de rebaño, ni yo ni la policía podemos disuadirlos. Si otros quieren ignorar la ciencia y creen que Dios los inmunizará al honrar a un rabino difunto o rezando en un minián, nadie los convencerá de lo contrario.

Sin embargo, podemos separarnos físicamente de ellos. En lugar de vigilar el distanciamiento social dentro de la sociedad jaredí, lo que en este momento debemos hacer es vigilar el distanciamiento social de los demás de la sociedad jaredí.

Es famosa la frase “las buenas cercas hacen buenos vecinos” que escribió Robert Frost (en su poema «Mending Wall»). Necesitamos reconocer las cercas que los jaredim han levantado y aceptarlas para cumplir con nuestro compromiso con pikuaj nefesh. Si a muchos judíos jaredíes no les preocupa mi bienestar, su movilidad física fuera de su comunidad debe ser limitada. Además del acceso a los servicios que salvan vidas, debemos estar en cuarentena unos de otros de una manera que limite la interacción diaria. Si tal sugerencia se presentara en cualquier otro lugar del mundo, su proponente sería acusado de antisemitismo, de intentar restablecer el gueto judío. El hecho es, sin embargo, que a través de su comportamiento en estos últimos meses, la comunidad jaredí ha dado evidencia del hecho de que ella sí sigue funcionando con una mentalidad de gueto. Quiere lo mejor de ambos mundos: estar separada y ser autónoma cuando quiera y también ser libre, pero para interactuar únicamente en sus propios términos.

Ahora queda en manos de la comunidad jaredí decidir cuáles son sus intereses. Hasta ese momento, quiero que mi comunidad esté segura detrás de su cerca. Espero que aparezcan aberturas dentro de esta cerca, pero no es algo que esté a mi alcance.

Traducción: Daniel Rosenthal

Poema completo de Robert Frost citado en el texto: https://poets.org/poem/mending-wall