Huellas: Claudio Paolillo & Isaac Margulies

La semana finalizó con una pátina de tristeza bajo el sol y las noches cálidas de enero: han muerto dos personalidades cuyas vidas han dejado huella. En el marco más próximo de la comunidad judía del Uruguay, el Cr. Isaac Margulies Z’L, y a nivel nacional el periodista Claudio Paolillo, QEPD.

Personalmente nunca conocí a ninguno de ellos, sin embargo me surge una cierta necesidad de expresar algo. Leí a Paolillo y supe de la obra de Margulies en todos los niveles en que se desempeñó. Si la necesidad surge vale la pena pensar por qué. Difícilmente pueda yo generar paralelismos entre ambas personas, pero lo cierto es que se siente, desde mi distancia respetuosa, una sensación de pérdida digna de ser registrada.

Acaso sea que un país como Uruguay no puede darse el lujo de perder, en un solo día, a dos personalidades a la vez tan austeras como influyentes. Aun cuando uno ha partido al término más o menos previsible de una vida mientras el otro lo haya hecho demasiado prematuramente, uno siente que en cualquiera de los casos la opinión pública, la doxa, podía haber contado con sus voces un buen rato más. Ciertamente la de Paolillo, todavía joven y activo, tal como lo demostró en los últimos meses; y también la de Margulies, que según la tradición a la que orgullosamente perteneció e hizo suya, podía haber vivido hasta los ciento veinte.

No se trata solamente de una cuestión de tiempos, de “timing”. Se trata de entender, frente al vacío que genera la ausencia, qué se ha perdido además de vidas. Porque la tristeza y el duelo alcanzan a las familias, los amigos, los colegas y colaboradores. Pero quienes no somos ni unos ni otros también sentimos que algo será distinto sin estas personas, personalidades referenciales. Caminaremos por la vida y veremos a nuestro paso las huellas que ellos han dejado y las reconoceremos suyas; tal vez, en algún momento, seamos dignos de pisarlas, de andar sus caminos.

Más allá de sus obras, que son y serán suficientemente recordadas por otros, la muerte de dos figuras de estas características se convierte en un duelo colectivo en la medida que reconocemos en ellas los mejores valores que buscamos y anhelamos para la sociedad en que vivimos. Honestidad intelectual, coherencia de conducta, sentido de justicia, una mirada generosa y amplia sobre la realidad, y una dedicación profunda a la actividad que abrazaron y a las personas que amaron y cuidaron. No es poco en un tiempo ideologizado, y fragmentado hasta el absurdo.

Pocos hombres desde el llano alcanzan esa altura que supone comprender y aprehender la compleja realidad de la existencia, ya sea desde una mirada curiosa y analítica, imbuida de un sentido de misión, o desde una mirada también racional pero profundamente embebida en una tradición milenaria. Pocos hombres alcanzan la estatura incuestionable de ser referencia y garantía en sus sentencias. Ambos alcanzaron ese estatus.

La nueva semana arranca con un país un poco menos sabio, un poco menos honesto, un poco menos coherente, la vara de nuestra auto exigencia un poco más baja. El mejor homenaje que podremos hacerles a ambos, con el correr del tiempo, es subir esa vara a los niveles que ellos nos acostumbraron. Acaso a través de esta aspiración sus almas se entrelazarán con el flujo de la vida.

Amén.