Guettos & Shtetls

El guetto convoca el espanto; el shtetl provoca emoción.

Del guetto la memoria huye pero tenazmente la retenemos, cuidamos, y construimos. Al shtetl la memoria tiende pero no persiste, se diluye, se hace noción.

Tal vez cometemos un error cuando tratamos de entender nuestro judaísmo sólo bajo la mirada de nuestros patriarcas, nuestros profetas, nuestros sabios de bendita memoria, los Rambames y Rambanes en sus épocas, los Spinoza y los Rozenswaig, o el inexpugnable axioma del Shuljan Aruj. Acaso debamos bajar de los textos a la terrenal vida de nuestros antepasados en su tenaz deambular por la Mesopotamia, las orillas del Nilo, la cuenca del Mediterráneo, y la dispersión por el Europa nórdica e invernal, luego América. No se trata de halajá, se trata de camino recorrido.

Me han dicho que uno no debería estudiar Cabalá hasta después cierta edad. Del mismo modo, entiendo que ciertas epifanías esenciales en relación al judaísmo no se perciben hasta cierta edad, acaso en la ancianidad de los padres. Uno que ha nacido libre y asentado, con un Estado Judío, Israel, cada día más fuerte y una judería estadounidense libre y poderosa, no puede reconocer la fragilidad que trajeron con ellos nuestros progenitores. Si hay una genealogía de la palabra en el judaísmo, también hay una genealogía de la fragilidad. Algo adquirido e inmutable a pesar de nuestra asombrosa adaptación a las bondades del mundo de hoy.

Cada tanto ocurren hechos que confirman el miedo, arraigan la fragilidad: una declaración bárbara e ignorante de la ONU, un cuchillazo en Jerusalém, la AMIA en Buenos Aires, el restaurant Kosher en París. Pero estoy seguro que aún sin estos signos y señales le genealogía del desarraigo y la fragilidad sería inmutable. Son dos siglos de persecución. No se quitan en setenta años.

Estoy leyendo los dos volúmenes de “The Story of the Jews” de Simon Schama, el afamado historiador del arte inglés cuyos documentales han tenido tremenda repercusión en la culturización masiva. No es una historia del “Judaísmo” sino una historia de judíos, personajes de diferentes épocas, en su orden cronológico, que reflejan y ejemplifican la vida cotidiana y la realidad de judíos más o menos de a pie.

Si uno piensa en términos de Schama la realidad de hoy (no puedo esperar a su tercer volumen) seguramente podrá reconocer la fantástica época que atravesamos. La mera existencia del Estado de Israel es un paradigma histórico único del cual somos protagonistas. El lobby político de los judíos en EEUU también. La última vez que tuvimos un estado propio y verdaderamente independiente fue en los albores de la historia propiamente dicha, en los tiempos de David y Salomón, en que mito e historia se mezclan y confunden. Nunca tuvimos una vida tan segura e integrada en el seno de otros pueblos como acontece en los EEUU. La coyuntura no resiste la queja.

Si fueron casi doscientos siglos de desarraigo, persecución, desprecio, y muerte cuya culminación fue la Shoá hace apenas setenta y cinco años, es dable pensar que pasaran siglos, si esta coyuntura se sostiene, para que nuestra mentalidad cambie. De hecho, está sucediendo en los EEUU, y por qué no en Argentina, y muchas veces somos ciegos a los nuevos desafíos que ser judío supone hoy en día.

Porque aún vivimos virtualmente en guettos y shtetls. Aún nos preocupa que dirá o no dirá el Pontífice o el Emperador o el señor feudal de la comarca. Aún pensamos que hay un lugar donde el pasto es más verde y hacia allí apuntamos nuestras miras. El mandato de Génesis de abandonar el hogar resuena en todos los hogares judíos. Aun si surgen grupos y corrientes nacionalistas y que creen en el uso de la fuerza y el poder para generar nuevas realidades, apoyados por el extremismo religioso, la mayoría de los judíos buscan prosperar y vivir sus vidas en paz.

Tal vez por eso el sueño sionista de los pioneros y del “hombre judío nuevo” parece evaporarse en la fragmentación que sufre Israel. Por eso la experiencia kibutziana, un shtetl al fin y al cabo, no sólo fue minoritaria, aunque poderosa en su tiempo, sino que ha desaparecido. Por eso tal vez alguien como yo ha llegado a la conclusión de que sus progenitores, alguna vez pioneros, en realidad nunca abandonaron el shtetl o el guetto del cual sus padres salieron.

Me pregunto, cuántos de nosotros hemos podido abandonarlos. O acaso son la esencia de lo que somos. Porque la experiencia no tiene que ser personal. Es genealógica, como la palabra.

Entre el espanto del guetto y la nostalgia del shtetl, mientras predicamos la fuerza y la autodeterminación, vamos forjando, es de esperar, una nueva identidad. Cuando algún día hayamos abandonado los guettos y los shtetls, qué judaísmo quedará. Que pregunta. Que desafío.