Estado & Religión en Israel

Avi Sagui, Haaretz 14 de noviembre de 2017

El Estado de Israel fue fundado por una parte del pueblo judío que buscaba hacer realidad la soberanía judía. Analítica e históricamente, entonces, el pueblo judío precede al estado. Históricamente, el pueblo judío creó el estado, en lugar de que el estado creara al pueblo judío; analíticamente, el Estado de Israel es la concretización del derecho del pueblo judío a la autodeterminación, un derecho que fue reconocido por las instituciones internacionales que le otorgaron legitimidad. Esta precedencia también tiene una dimensión política. El estado, al menos el estado democrático, se basa en un contrato con una ciudadanía que le otorga legitimidad y determina los límites de su soberanía. La comunidad cívica que vive aquí, en Israel, renuncia a algunos de los intereses específicos de cada uno de sus integrantes para maximizar la realización de los intereses significativos compartidos. Pero los ciudadanos israelíes nunca renunciaron a sus derechos fundamentales como seres humanos y judíos, no confiaron su judaísmo al estado.

El Estado de Israel no es sólo un estado democrático, sino que es también un estado secular y liberal. Se basa en la soberanía humana, no en la soberanía de Dios o de la Halajá. Las personas que viven en él pueden creer que el Estado de Israel es la realización de una promesa divina y también les está permitido negar esto: les está permitido observar la Halajá o tener reservas al respecto. Sea lo que sea lo que elijan hacer, no importa, ya que Israel es un estado secular. Además, Israel fue establecido como un estado liberal que garantiza un máximo de libertades para todos. En lugar de negar su carácter de estado judío, este liberalismo garantiza que el Estado de Israel no prohíba a nadie, incluidos los judíos, la realización de su identidad y sus diferentes valores judíos. La única garantía de una existencia judía plural es el paraguas liberal, bajo el cual los haredim y los sionistas religiosos también se amparan. Y, sin embargo, son ellos quienes ahora dirigen a quienes exigen a otros judíos que renuncien a la plenitud de su identidad judía y los reconozcan como los únicos portadores del “judaísmo”. Invocando este judaísmo, son ellos quienes ahora exigen negar la identidad judía de los demás. Lamentablemente, el gobierno de Israel les permite hacerlo.

Las personas y las naciones tienen el derecho de constituir su identidad y darle forma según su voluntad; su identidad les concierne a ellos, no al soberano. Sólo en los estados totalitarios el soberano constituye la identidad. La distinción básica entre identidad e identificación aclara muy bien este concepto: la identificación es un acto de un individuo o cuerpo social sobre otro y sirve para varios propósitos de clasificación. No todas las identificaciones son legítimas. A menudo, la identificación “judío”, “mujer”, “negro”, “árabe” o “lesbiana” pretende excluir, crear una jerarquía y causar daño. Un estado puede realizar algunos actos de identificación, siempre y cuando tengan una finalidad cívica apropiada y superen la prueba de moralidad y justicia. Pero un estado democrático liberal no puede constituir la identidad de sus ciudadanos, un derecho exclusivamente reservado a las personas mismas. Sólo ellas pueden dar forma a su mundo de forma autónoma. La identidad de las personas se crea a través de la historia de sus vidas reales, y no a través del soberano. Un estado que invade el dominio de identidad viola su propia legitimidad, ya que incumple su contrato cívico fundacional. A Israel, entonces, no le está autorizado constituir la existencia judía en sí misma o una nacionalidad judía que precede al estado y no depende de él. El carácter de la nacionalidad judía es asunto de los judíos, no del cuerpo soberano. De hecho, como estado del pueblo judío, Israel debe maximizar la realización de las formas de existencia judía, permitiendo la expresión de la diversidad típica de esta nacionalidad.

Estos presupuestos tan evidentes están siendo cada vez más pisoteados en nuestros tiempos. Israel actúa como un cuerpo que constituyó la nacionalidad judía y la identidad judía, violando con frecuencia su compromiso, no sólo con sus ciudadanos judíos sino también con el pueblo judío. El hecho de que los ciudadanos judíos en el Estado de Israel carezcan de libertad religiosa y estén sujetos a los dictámenes de la Halajá ortodoxa formulados por los haredim, es una grave violación del contrato básico del Estado de Israel con sus ciudadanos judíos y con el pueblo judío. Además, el hecho de que la identificación judía en el Estado de Israel, incluida la conversión, siga criterios halájicos rígidos y también se apoye en el poder del estado, es una declaración clara de Israel de que tiene el derecho a constituir el pueblo judío y su identidad. Sin embargo, Israel no ha sido ni puede ser autorizado a hacerlo, ni por el pueblo judío ni por sus ciudadanos. Israel usa mecanismos de identificación para crear una identidad judía monolítica que ofende la dignidad de la gente. El grupo ortodoxo es un grupo legítimo dentro del pueblo judío. Sin embargo, no está superpuesto con el pueblo judío o la identidad judía.

Israel ha ofendido particularmente la memoria histórica y la conciencia de los judíos de la Diáspora en todo lo concerniente al apego al Kotel. Ha confiado la memoria judía a los rabinos ortodoxos que niegan el judaísmo de quienes no son ortodoxos, de quienes se pretende que expresen sus anhelos judíos y religiosos sólo del modo dictado por estos rabinos. Los judíos ortodoxos tienen derecho a creer lo que creen, incluso que son los “verdaderos” portadores del “judaísmo”. El Estado de Israel, sin embargo, como el estado de todo el pueblo judío, no tiene permitido otorgar a estos rabinos el derecho de negar la diversidad de las identidades judías, incluidas las religiosas, y elegir un solo modo de existencia judía como el único legítimo. El Kotel se ha convertido en el espacio de exclusión de los judíos del mundo, e Israel ahora excluye a los judíos del mundo de uno de los lugares más importantes para la memoria judía. En un proceso que se está desarrollando en estos momentos, el Estado de Israel se ha arrogado el derecho de determinar la naturaleza de la identidad judía y el significado de pertenencia al pueblo judío. Por lo tanto, Israel daña los tres pilares de su existencia. Primero: niega la precedencia de la ciudadanía al estado. Segundo: infringe la legitimidad que le otorgaron las naciones del mundo, que reconocieron el derecho a la autodeterminación. Este derecho fue otorgado al pueblo judío en todas sus manifestaciones, e Israel usa esta legitimación para constituir un nuevo pueblo judío diferente del real. Finalmente, a pesar de su compromiso histórico, Israel deja de ser un hogar para todo el pueblo judío, que cada vez está más distanciado del estado que considera que lo está traicionando, tanto a sus integrantes como a sus valores.

Se nos dice que sólo la Torá es la responsable de la supervivencia del pueblo judío. Imponer la Halajá, por lo tanto, refleja una profunda preocupación por la continuidad judía y pretende evitar la asimilación. Esto es una afirmación falsa. En primer lugar, la violación de los derechos y el daño infligido a la identidad y nacionalidad judías no pueden ser justificados por razones fácticas que podrían ser verdaderas o falsas. De hecho, es plausible que no fuera la Halajá la que hizo sobrevivir a los judíos, sino la voluntad de los judíos de continuar con su existencia religiosa judía, junto con su aislamiento. Cuando se abrieron las puertas del gueto, los judíos se vieron expuestos a posibilidades alternativas y neutrales de existencia y procedieron a asimilarse. Si el sionismo no hubiera ocupado ese espacio, es difícil aventurar cuáles habrían sido los remanentes del pueblo judío. La Torá no frenó este movimiento, porque sólo la voluntad de un sujeto libre puede, si es que lo hace, frenar los procesos históricos.

En segundo lugar, una afirmación fáctica sobre el estado de las cosas en el mundo no le garantiza a un estado o a un cuerpo que lo invoquen el derecho a negar la variedad de las identidades judías. Este derecho está reservado al pueblo judío y a cada individuo que lo conforma, y el Estado de Israel ha roto este compromiso. La afirmación inicial de la nueva Declaración de Independencia del Estado de Israel que emerge ante nosotros dirá: “La Tierra de Israel fue el lugar de nacimiento de un nuevo pueblo judío que se separó del pueblo judío de la Diáspora y de Israel. Aquí, moldeará su identidad espiritual a la luz de nuevos ideales que servirán para eliminar los valores fundamentales del Estado de Israel tal como lo conocemos”.

Traducción: Daniel Rosenthal