Lej-Lejá (Génesis 12:1-17:27)

El singular uso de un idioma en contraste con las posibilidades de otro puede arrojar nueva luz sobre los textos, por más leídos que estos estén. Chabad.org en su sitio en inglés usa la expresión “Parasha in a nutshell”, lo que en el mismo sitio, en español, denomina llanamente “resumen de la parashá”. No estamos juzgando las bondades de un idioma en comparación con otro, si tal cosa valiera la pena; estamos tomando prestado del inglés un concepto sobre el cual construir una idea. Un resumen es un resumen, pero “in a nutshell” es, además de un resumen, una imagen, una metáfora. Hay implícito, connotado, mucho más que el resumen de un texto. Una vez que uno lee el resumen sea en español  o en inglés no es más que eso en sí, una suerte de Reader’s Digest de la porción semanal de la Torá; con todo su mérito y todas las carencias de un resumen. Pero la idea de “in a nutshell” nos propone un poco más que una lectura resumida y puntual.

Pensar un texto “en una cascara de nuez” es pensarlo en su rugosa e imperfecta redondez, en su interior sorprendente, en su sabrosa  degustación, en su energía concentrada, y en el deseo de un poco más. Uno se resiste a una sola nuez. Cascar nueces es un acto más disfrutado en un marco social, humano: en pareja, en familia, con amigos. La cáscara de nuez es difícil de cascar pero la recompensa merece el esfuerzo. En la expresión “in a nutshell” hay algo de alimento espiritual, algo de completud, algo de sorpresa. Pero sobre todo, en una nuez hay algo redondo, acabado, y potente.

Siempre hemos sabido que Lej-lejá es un texto fundacional, pero nunca nos habíamos puesto a pensar hasta qué punto. Es el primer texto bíblico sionista a través del inequívoco mandato de dejar una tierra para mudarse a otra, la que nos será indicada (“mostrada”). Es el primer texto bíblico contractual de una larga serie de pactos que por primera vez se formula aquí. Es el primer texto que nos dice que existen otros pueblos ahí donde nos indican ir, a la vez que, sin eludir reseñar los conflictos, pergeña sofisticados mecanismos de convivencia y reparto de tierras. Es la primera vez en que se menciona una emigración y una salida de Egipto por medio de plagas (Genesis 12:17), “a nutshell in a nutshell” del libro de Éxodo. Es la primera vez que sabremos que no estamos solos vayamos  donde vayamos: aunque se nos promete a Itzjak (Génesis 117:21), siempre estará Ishmael. Por último, es la primera vez que se nos comanda la circuncisión.

Seguramente Lej-lejá nos dice mucho más; pero, al decir del poeta andaluz Rafael de León, “con eso tengo bastante”. Me basta con pensar en cuánto de todo lo que el texto dice es aún vigente para asumir, no sin cierto sobrecogimiento, su peso semántico. Por cierto que seguimos circuncidando a nuestros hijos varones a los ocho días de su nacimiento. Por cierto que nuestra historia está signada por migraciones y redenciones. Por cierto que no estamos solos, mal que les pese a algunos, sino que siempre vivimos y viviremos en el seno de otras naciones en toda nuestra singularidad. Por cierto que la tierra que se nos mostró tiene fronteras difusas y está también ocupada por otros; aún estamos empeñados en cumplir la promesa divina de habitarla en paz. Por cierto que seguimos perfeccionando la convivencia entre la familia como hicieron Abraham y Lot cuando buscaron sus propios caminos. Sobre todo, y con toda certeza, aún seguimos pactando: aquel pacto básico de fidelidad a cambio de tierra y protección se ha complejizado a través de aspiraciones morales y éticas y una singular perseverancia en comprender lo divino.

La experiencia de leer la Torá puede vivirse en varios niveles: sin duda el religioso para quienes creen en su naturaleza divina; el nivel moral para quienes necesitan un texto que de autoridad a sus creencias y criterios; pero existe el nivel humano en el cual podemos maravillarnos ante un texto esencial. Tanto, que pasados miles de años de su canonización sigue definiendo en forma por demás pasmosa y hasta temible quiénes somos y cuál es nuestro destino.

Dijo el Rabino Daniel Dolinsky en su prédica este viernes en la NCI de Montevideo, “el encuentro con Dios se materializa en movimiento”. «Lej-lejá» es una voz viviente, aún, siempre.