Barcelona y yo.

A mis amigos Mónica Adrián, Isaac Anidjar, Henrique Cymerman, Miriam Lidenfeld, y todos a quienes Barcelona atraviesa su corazón.

Uno quería proponer optimismo. Uno quería que otros hablaran por uno: el rabino, el político, miradas esperanzadas y positivas acerca del futuro de nuestro pueblo y el destino nacional. Por suerte todavía hay quienes se paran sobre tarimas y alientan a las masas con mensajes que son de esperanza y empoderamiento, no de poder y oscuros destinos. Podía haber sido cualquiera, pero fueron Daniel Gordis y Yair Lapid, rabino y político respectivamente, ambos residentes en Israel; ambos profunda y comprometidamente unidos al destino de nuestro pueblo judío.

Entonces sucedió Barcelona. Como dice el artículo de Enric Gonzalez  que levantamos de “El Mundo”, en ese catalán que tanto nos cautiva desde Serrat en adelante, “han tancat la Rambla”. Imagine el montevideano medio que “cierren” la rambla, la nuestra, la que bordea el río ancho como mar; si cuando efectivamente la cierran por el motivo que sea pareciera que estamos desorientados, que no sabemos a dónde ir. Así se sintieron los barceloneses cuando el furgón asesino atravesó su arteria y los hirió de muerte. Cerraron el centro vital de la ciudad y por varias horas todos fueron conscientes del aquí y ahora: yo estuve, él no, aquel fue embestido, yo zafé: nunca un momento habrá sido tan breve, tan fatal, tan fortuito.

De un extremo del Mediterráneo al otro, atravesando Europa entera, el islam fanático baña las azules y claras aguas en sangre, como una plaga mítica que se patentiza y universaliza. Me pregunto cómo escribiría Serrat, otro oriundo de Poble Sec, su obra maestra, “Mediterráneo”, si fuera a escribirla hoy, más de cuarenta y cinco años después… Acaso ya intuía “el sabor amargo del llanto eterno”, vertido por “cien pueblos”, aunque ingenuamente ignorara que el Mediterráneo terminaba en las costas del Líbano e Israel, y no en Estambúl; acaso no podía imaginar que el temporal que desguaza las alas blancas de su barca serían la metáfora perfecta de la furia que acomete su continente; o acaso no imaginó que “esa mujer perfumadita de brea” son los refugiados, migrantes, inmigrantes, que seducen a la Europa liberal y liberan sus huestes desde el vientre oscuro de un caballo de Troya virtual.

Barcelona es para mí, culturalmente hablando, Serrat. De Barcelona nos llegó, en la voz de Serrat, el andaluz Antonio Machado y sus “Cantares”, el valenciano Miguel Hernández y su “Elegía”, y con él y ellos toda una generación de sensibilidad y poesía. Sin Barcelona no habría Serrat, sin Serrat el Río de la Plata no hubiera sido más culto ni tan sensible a su propia lengua. Por eso, si hieren Barcelona hieren al mundo hispanoparlante. La yhiad se globaliza a un ritmo alarmante.

Barcelona es para mí, afectivamente hablando, el hogar de entrañables recuerdos, las casas de mis amigos, un paseo de vivencias familiares. Por un tiempo de mi vida, en mi juventud, los catalanes, genuinos o adoptados por esa cosmopolita ciudad, eran mis amigos, mis amores, mis confidentes, mis compañeros de juerga, historias, y proyectos. Están todos y cada uno en mi corazón. Mi hijo vivió en Barcelona: supimos compartir con él y su hermana las calles angostas del Barrio Gótico, la interminable librería “La Central del Raval”, y un maravilloso fin de año en “Brown” sobre el Paseo de Gracia (“la otra” Rambla); todavía recuerdo esa madrugada del 1 de enero de 2011 regresando a mi hotel a través de la Plaza Catalunya atestada. Esos y muchos otros recuerdos guardo. Por eso, si hieren Barcelona, hieren mi memoria.

París, Londres, Niza, Berlín: Europa está herida. Con ella, todo el mundo occidental. Cuando nos hieren, nos obligan a replantearnos las cosas; muchas veces, cambiamos para peor. Los ideales se tornan cada vez más tales, generando una brecha con la realidad difícil no ya de cerrar, sino de solamente achicar. De aquél “Contamíname” de Pedro Guerra que inmortalizó Ana Belén van quedando sólo “la rabia y los malos sueños” y “la danza inquieta del hechicero”. Para tiempos mejores quedarán “los ritmos de los buzukis los ojos negros”, y sobre todo “los ritmos de las darbucas”, y, sobre todo, “los labios que anuncian besos”.

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