9 de Av 5777

Este año 5777 del calendario hebreo, 2017 del calendario común, los días aciagos “entre las estrecheces” (bein hametzarim) se adelantaron dos semanas: el 1 de Tamuz (domingo 25 de junio de 2017) el gobierno de Israel suspendió el plan para habilitar una sección de rezo igualitario en el #Kotel, el Muro (sí, el de los Lamentos). A partir de ese momento, y en forma ininterrumpida, se sucedieron acontecimientos que, si elegimos un lenguaje políticamente correcto, podemos denominar simplemente “desafortunados”. Al día siguiente se promulgó la ley que desconoce conversiones no hechas bajo la autoridad del Rabinato de Israelí; y pocos días después apareció la tan mentada, negada, denostada, y rechazada “lista negra” de rabinos no reconocidos por ese Rabinato. Cuando leamos Eijá, “Lamentaciones”, en víspera del 9 de Av, muchos de nosotros  nunca habremos tenido una sensación tan profunda y real de lo que es penar por las vicisitudes y desgracias de nuestro pueblo. Si estuviera en nuestras manos, incluiríamos Tamuz de 5777 entre las grandes desgracias del pueblo judío, cuando algunos de sus miembros decidieron, en forma inequívoca, volverse en contra de sus hermanos. “Klal Israel”, el bien común del pueblo judío, se ha roto del mismo modo que rompemos la copa al final de una Jupá (casamiento judío); sólo que en este caso no es en recuerdo de la desgracia, sino la desgracia traída al presente.

Coincidentemente, un atentado terrorista palestino contra dos policías israelíes que vigilaban el “Monte del Templo” o explanada de las mezquitas en la ciudad vieja de Jerusalém provocó primero un ajuste severo de las medidas de seguridad por parte de las autoridades israelíes, e inmediatamente una protesta “pacífica” palestina por medio del rezo diario alrededor del conflictivo sitio. El uso de las comillas cabe porque de pacífica la protesta se tornó rápidamente violenta y desde entonces la zona se ha vuelto un hierro caliente para el gobierno de Israel. Con toda la experiencia adquirida desde la primer intifada hace treinta años, los gobiernos israelíes de turno nunca saben a ciencia cierta dónde una medida aparentemente pensada y mesurada encenderá la mecha de una escalada cuyo control demandará esfuerzos imprevistos. Todo espacio público en Israel está sujeto a vigilancia de acceso, y la mayoría con detectores de metales; en especial, la explanada del Muro, el #Kotel. Precisamente, el fondo de la polémica sobre la pluralidad del Muro radica en dónde se colocarían estos puntos de acceso. De modo que no había nada discriminatorio ni especial en el uso de este recurso una vez que una vigilancia humana fue tan fácilmente vulnerada. Sin embargo, la medida desató una rebelión cuyo fin todavía no visualizamos.

Pasados algunos días el gobierno de Israel decide retirar los detectores y sustituirlos por cámaras especialmente sofisticadas; la rebelión palestina se mantiene, ahora con otros argumentos; pero no es ese el tema que queremos abordar hoy, sino la premura con que el gobierno de Israel tuvo que ceder (y estamos de acuerdo con la medida aun si los resultados no fueron los deseados) frente a manifestaciones violentas. Resulta irónico que, cuando las “Mujeres del Kotel” protestan casi diariamente, los movimientos reformista y conservador lo hacen frecuentemente, y todos lo hacen en forma pacífica, estas protestas son simplemente parte del folclore que uno encuentra en la explanada del #Kotel: feministas y liberales protestando pacíficamente, mientras ultra-ortodoxos maldicen a pocos metros en tonos más subidos. Hasta ahora, violencia, ninguna.

Si debemos “reconocer” y convivir con nuestro vecino palestino tomando medidas que ponen en riesgo la estabilidad de la zona y la vida de israelíes de todos los orígenes y afiliaciones, ¿cómo no podemos reconocer y convivir judíos con judíos? ¿Cuál es la presión, dónde debe ejercerse, de modo que las verdaderas mayorías del pueblo judío, entre ellos millones de israelíes, se vean representados e incluidos? ¿Cuál será la señal (ot) que ilumine a las autoproclamadas autoridades absolutas del pueblo judío en pos de una convivencia genuinamente plural y electiva?

Algunos sostienen que dios calló en la Shoá y volvió a “hablar” en la Guerra de los Seis Días, cuando, parafraseando a Jeremías 31:16 “volvimos a nuestras fronteras”. Si la creación del Estado “marca el principio de nuestro renacimiento y redención” (Oración por el Estado de Israel), ¿cuál será la marca que inicie el principio del reencuentro con las diez tribus que nos empeñamos en perder permanentemente? Podemos incorporar indios peruanos y judíos etíopes al seno del pueblo, pero no podemos acomodar en una misma explanada a judíos de diferentes afiliaciones. No parece, no es, razonable.

Lo que estos días de estrecheces que culminan el 9 de Av nos han mostrado este año específicamente es que si bien adherimos a la tradición rabínica en general, y en particular en lo referente al no uso de la violencia, es hora de que la palabra se afile y el cuerpo se tense. Porque no se trata de un mero y transitorio juego de “realpolitik” o de politiquería de entrecasa en cada comunidad judía del mundo y la comarca; se trata de definir qué es el judaísmo, cuáles son sus prioridades, y cómo aseguramos su supervivencia otros dos mil años asumiendo la realidad de ésta nueva era: un tiempo en dónde tenemos y tendremos un Estado, donde conviviremos y evolucionaremos con el resto del mundo, y donde más que nunca nuestros valores serán un bien escaso que nosotros debemos cuidar.

El “odio gratuito” que nos enseña el Talmud en el cuento de Kamtza y Bar-Kamtza en torno de quién invitamos a la fiesta está entre nosotros, más gratuito y más peligroso que nunca. Ya no destruirá un templo, destruirá el pueblo.

 

Nota: la imagen corresponde «Jeremías llorando por la destrucción de Jerusalém», de Rembrandt, 1630.