#Kotel

Mi último tweet del día de ayer, regresado a casa y mirando la lluvia mansa por los ventanales, fue respecto a mi obligación, como judío comprometido y reflexivo, de escribir acerca del Kotel; vale decir, EL #Kotel, el “asunto”, el “trending topic” o “tendencia”, el tema que ha movilizado a los judíos del mundo entero. Destaco la lluvia mansa y el día gris porque contrasta con la luz levantina que dejamos atrás hace menos de veinticuatro horas, sin un rastro de humedad en el aire. Es que no importa dónde un judío vaya, en qué clima amanezca una determinada mañana, el #Kotel seguirá allí inamovible e impasible, tema de conversación.

El problema es que junio de 2017 llevó a su punto culminante una conversación muy mezquina acerca de ese ícono que hemos elegido como una suerte de becerro de oro que todos queremos rodear y hacer nuestro como un talismán (la metáfora es mía). Como bien explicó el rabino Donniel Hartman en su conferencia del 23 de junio pasado sobre las diferentes “Jerusalems”, hay una Jerusalém dónde mora dios y una hacia dónde rezamos. En el primer caso, la accesibilidad y el poder sobre el espacio parecerían fundamentales e irrenunciables; en el segundo, cómo rezamos es también una cuestión de fuerza.  En cualquiera de los dos casos, la percepción “espacial”, terrenal, y formal del #Kotel pueden conducir a luchas políticas por el poder; de hecho no “puede”, ha sucedido. Como bien escribió el rabino Alejandro Bloch, “no se trata del Kotel”. La conversación es una muy otra.

Sin embargo, Jerusalém puede también ser un símbolo mucho más democrático e igualitario si la pensamos como LA ciudad del pueblo judío y, como tal, como pérdida colectiva. “Si te olvidare Jerusalém…” es mucho más que el preámbulo a romper una copa: es la frase que une un pueblo durante generaciones y a lo largo y ancho del mundo. Entonces el #Kotel se convierte, o debería, en un espacio dónde nos reunimos como pueblo, más allá de toda religiosidad. Cito nuevamente a D. Hartman: el #Kotel es el faro del pueblo judío. Simboliza nacionalidad y esperanza más allá de toda circunstancia histórica, sea que accedamos libremente al espacio o no, tengamos o no el poder sobre el mismo.

En ese sentido, parece paradójico, y por qué no ridículo, que precisamente cuando ostentamos un poder que difícilmente tenga un parangón histórico, hayamos creado este perverso mecanismo de autoexclusión. La propuesta de tres sectores del #Kotel parece tan obvia como para algunos los baños para el “tercer género”, una cuestión evidente por sí misma. Lo ridículo es que una minoría probada determina cómo, como pueblo, nos organizamos para sentirnos tales, en este caso cómo aproximarnos a las piedras que cargamos de significado, cómo rezar.  Cuando todo el mundo va en dirección de contemplar y dar su espacio a todas sus minorías, los judíos vamos en la dirección opuesta: las minorías niegan los espacios a las mayorías.

Me aburre y me fastidia la política judía, denominacional, comunitaria, sionista, llámese cómo se llame. Respeto profundamente la política israelí porque sostiene a ese país. Lo sucedido con el #Kotel es consecuencia de ese juego político de coaliciones. Mi actitud es esperar tiempos mejores, cuando los israelíes voten de modo tal que el pueblo judío pueda excluir a sus minorías de las grandes decisiones que afectan al pueblo judío.

No obstante, me importa y mucho lo que está en juego respecto de mi pueblo, el pueblo judío, cuya mitad mayor no vota en las elecciones de Israel. Personalmente, no me cambia por dónde entro ni cómo me aproximo al Muro; la significación para mí es tan relativa que carece de todo sentido prestar mis fuerzas para esta batalla. La batalla que sí elijo dar es aquella dónde todos los judíos nos reconozcamos como iguales aunque estemos vestidos diferente, recemos distinto, o combinemos los alimentos de diferentes formas. Mi batalla no es ni por el #Kotel ni contra la kashrut, sino contra el #Kotel que nos divide y la kashrut que nos excluye. Respeto profundamente a quienes llevan su judaísmo de cierta manera; sólo espero su respeto recíproco. Sobre todo, si lo que yo elijo hacer no afecta sus formas de ser y hacer judío. Lo que sí me afecta, por cierto, es su poder.

El tiempo que me tomé desde que “explotó” el tema del #Kotel y las #Conversiones, casi diez días, me ha permitido ver cómo se desarrollaron los acontecimientos. La reacción inmediata de millones de judíos en todo el mundo contra la arbitrariedad, la falacia, y las supuestas “verdades” del establishment religioso israelí, que hacen cundir el pánico entre ignorantes e ingenuos, ha frenado la barbárica decisión del gobierno israelí. Apelando a su vieja y ya fastidiosa costumbre del statu-quo ante cualquier problema complejo (el recurso de los poco comprometidos y menos todavía creativos), hemos entrado en un período de seis meses de limbo (concepto por cierto absolutamente no judío, y sin embargo…)

El día que oficialmente se abra la tercer sección de #Kotel, con su acceso a través de los mismos mecanismos que se accede a toda la plaza del Muro, yo estaré, si no en primera fila, por cierto no muy lejos para elegir ese espacio y no otro tan ajeno. Mientras tanto, cuando viajo a Israel voy una vez al #Kotel porque me pertenece tanto como a quienes lo controlan. Como decimos los uruguayos, “hago la mía”, y la que no puedo hacer (entrar con mi esposa o hija), no la hago. Tranquilo. Así como vendrá el mesías, llegará el día en que todos tengamos nuestro lugar.

Vuelvo a casa y encuentro tanto que hacer en nuestra pequeña, dividida,  comunidad, que prefiero concentrar mis esfuerzos en que nosotros, aquí en Montevideo (y Punta del Este, y Paysandú) podamos (de)mostrar ciertos logros en cuanto a respeto mutuo, reconocimiento, fraternidad, y herencia e historia compartida. Ni aquí ni en ningún lugar del mundo que no sea Jerusalém tenemos #Kotel. No tenemos muros. ¿Vamos a seguir construyéndolos en aras de supuestas verdades? Es tan absurdo y tan mezquino como el asunto del #Kotel. Tenemos mucho qué hacer en términos de educación, pertenencia, orgullo, identificación, y goce de ser y vivir como judíos. Cualquiera sea la acepción que elijamos para hacerlo. Para vivir, sólo se precisa respirar: el resto, es elección.

Ianai Silberstein, 7 de julio de 2017