Janucá 5777

“So this is Christmas, and what have you done” (John Lennon)

Esto es Janucá. Entonces, ¿qué hacemos? ¿Cómo abordamos la fiesta de las luminarias cuando ya todo el mundo occidental está encendido y titilando? ¿Cómo sostenemos las pálidas y ascendentes llamas día a día hasta su culminación en el octavo?  Más que nunca, este año 5777 del calendario hebreo Janucá constituye un desafío.

La tradición nos indica que debemos colocar la janukiá en un lugar dónde dé luz al exterior. A la luz de la coincidencia festiva este año, una pálida primera vela en la Nochebuena no será milagro. Será apenas perceptible. Tal vez en lugar de pensar la luz hacia el exterior debamos, por un momento, pensar en cómo nos ilumina a nosotros la luz de Janucá. Tal vez sea un buen ejercicio de humildad pensarnos nosotros como necesitados de luz y no como luz para las naciones. Si los Hermanos Macabeos se afanaron tanto en encontrar el milagroso aceite puro era porque no querían encender cualquier fuego sino uno que fuera significativo para ellos; del mismo modo, somos nosotros quienes hoy debemos intentar recrear el milagro. Metafóricamente hablando, claro.

Uno de los problemas es que los judíos tendemos a dedicar más tiempo a preocuparnos y asustarnos que a vivir como judíos. Las luces de Janucá han perdido buena parte de su significación original (si tal cosa existe) para convertirse en una versión más austera de las luces cristianas que proliferan por doquier. Por eso la propuesta es iluminar hacia dentro del círculo: mientras comemos latkes y sufganiot y lanzamos los dreidels, tengamos una conversación puertas adentro, a la luz de la luz que nosotros encendemos. Así como sumamos una vela cada noche, sumemos propuestas.

Janucá es una buena festividad para conversar. Es una festividad post-bíblica, por lo cual no tiene prohibiciones ni restricciones, ni servicios religiosos: sólo encender y bendecir las velas; y de yapa, cantar “maoz tzur” y acordarse de la abuela de uno, Z’L…

Por una vez no hablemos de perseguidos ni perseguidores, no hablemos de los pocos contra los muchos, no contemos Premios Nobel, ni todos los aportes que el judaísmo ha dado al mundo. Por una vez hablemos de cómo el judaísmo nos hace más felices y mejores personas; cómo rige nuestros valores y nuestras conductas; cómo nos enfoca hacia ideales y proyectos. En Janucá no hay nada que interpretar, nada que rezar, nada que definir cómo y cuándo o si está prohibido o está permitido: Janucá es la luz que representa nuestra llama interior como judíos.

El fenómeno social en torno a Janucá se llama “helenización”: tomar los valores de la sociedad que nos circunda y colocarlos por sobre nuestro judaísmo. En aquellos tiempos eran los valores helénicos que difundía la cultura griega, cuya influencia fue tan enorme que impregnó al Imperio Romano hasta su caída. Sin embargo, el helenismo no impregnó al judaísmo: tal vez sí a algunos, muchos judíos que tomaron otros rumbos, pero no al judaísmo en sí mismo. De lo contrario no se explica que sigamos celebrando Janucá más dos mil años después.

El tema de la helenización debería verse no tanto como un conflicto sino como múltiples opciones. Tanto del mundo no judío como judío podemos tomar los valores que nos sean significativos y relevantes. Tal vez en algún punto surja una contradicción, pero seguramente podamos convivir con ambos. Si bien este mundo ambiguo genera algunos temores, creo que vale la pena vivirlo de ese modo.

Sin embargo, el fenómeno de la helenización debería servirnos como patrón de medida de nuestra vida judía: qué tan judía es, qué tanto la vivimos, qué prioridad le damos. Saber diferenciar entre una y otra  debería servir no para asimilarnos sino para identificarnos.

Vaya un cálido, esperanzado, y luminoso saludo navideño a nuestros lectores y amigos no judíos con quienes compartimos nuestras vidas, y exactamente el mismo saludo a nuestros lectores y amigos judíos con quienes compartimos nuestro destino.

Ianai Silberstein