Leonard Cohen y su judaísmo

Prof. Michael P. Kramer, Haaretz 12 de noviembre de 2016

Cuando escuché por primera vez los roncos acordes de “You Want It Darker” (Lo quieres más oscuro) de Leonard Cohen, hace unas seis o siete semanas en Internet, sentí un tipo muy peculiar y confuso de placer. Escuchar música nueva de Cohen es siempre un placer complejo, y sus lanzamientos más recientes, que expresan exquisitamente los dolores y las molestias, las pérdidas y las ganancias de envejecer, del cuerpo renunciando de mala gana a sus deseos en favor del alma, es algo particularmente dulce para mis envejecidos oídos.

Pero era el mes de Elul y Rosh Hashaná se acercaba. Acababa de regresar de las oraciones matutinas. Los sonidos penetrantes del shofar advirtieron a los que lo estaban escuchando que el Día del Juicio está cerca, y los tranquilizadores versos del Salmo 27 calmaron a los preocupados: “El Señor es mi luz y mi salvación; ¿a quién temeré?” La nueva canción de Cohen es inquietante, sobre todo para un judío religioso como yo. El mundo que presenta se encuentra plagado de violencia implacable, de gritos de auxilio sin respuesta, de demonios por doquier, de escalofriantes “canciones de cuna para sufrir” y de un Dios que no sólo no ofrece ninguna luz, sino que quiere más oscuridad. Y, sin embargo, el cantante, enojado como está, “desgarrado y cojeando”, resignadamente canta las primeras líneas del Kadish de duelo: “Alabado, santificado, sea tu sagrado nombre”, y me hizo temblar. Y el coro, “Hineni, hineni, estoy listo, mi Señor”, la respuesta de Abraham a Dios cuando le pidió que sacrificara a su hijo, me dejó sin aliento. Como siempre, estaríamos leyendo estas palabras de la Torá en Rosh Hashaná, pero esta vez las escucharía de forma diferente ahora.  Durante las próximas semanas, cada día de la semana al regresar de la sinagoga, preparándome para los Días Sagrados, tomé mi guitarra y toqué las canciones-oraciones anteriores de Cohen, “If It Be Your Will” (Si es tu voluntad) y su versión del Unetane Tokef, “Who By Fire?” (¿Quién por el fuego?”

He escuchado a Leonard Cohen desde que su primer álbum salió en 1968, cuando mi cerebro de chico de ieshivá adolescente podía fantasear con el “cuerpo perfecto” de la preciosa y frágil Suzanne, pero no podía entender a alguien llamado Cohen cantando, “Jesús era un marinero, cuando caminaba sobre el agua”. Pero al año siguiente, cuando su segundo álbum, “Songs From a Room” (Canciones desde una habitación), comenzó con “Bird on a Wire” (Pájaro en un alambre), en el que el cantante se encuentra con un “mendigo apoyado en una muleta de madera” y “una hermosa mujer reclinada sobre su puerta a oscuras”, ambos compitiendo por su alma en conflicto, empecé a vislumbrar, si no a comprender de forma más madura, la sabiduría torturada del arte de Cohen.

Cohen y yo perdimos el contacto en algún momento durante los años setenta. Bueno, nos cruzábamos casualmente de vez en cuando, pero no fue hasta hace aproximadamente una década, cuando un buen amigo, el novelista Joseph Skibell, se burló de mí por mi omisión, que volví a Cohen y recuperé el tiempo perdido. Escuché atentamente cada uno de sus álbumes, uno tras otro, algunas canciones una y otra vez, y me sentí mortificado al darme cuenta de lo que me había estado perdiendo. Desde entonces, he escuchado, rasgado con la guitarra y enseñado la música de Cohen con el fervor religioso de un penitente.

En el Programa de Graduados en Escritura Creativa Shaindy Rudoff de la Universidad Bar-Ilan enseño un curso de tradición literaria judía. El propósito es hacer ver a los aspirantes a poetas y escritores la riqueza almacenada allí, y dejar claro que escribir dentro de una tradición no es lo mismo que seguir fielmente una línea autorizada. En una unidad, comenzamos con salmos bíblicos, avanzamos a través del relato del Talmud del camino del Rey David hacia la creatividad a través de la desesperación, y luego pasamos a algunos poemas contemporáneos, entre ellos, de forma muy prominente, la canción más famosa de Cohen, “Aleluya”.

“Aleluya” no es una simple canción, a pesar de su ubicuidad adormecedora y su aparición en la película infantil de dibujos animados Shrek. Se dedica a los Salmos y a la figura del David bíblico de forma seria y crítica, contempla la estrecha relación entre el deseo sexual y el anhelo espiritual, la borrosa frontera entre lo sagrado y lo profano, se enfrenta el flujo y reflujo de la experiencia extática, las vidas imperfectas que vivimos y lo sublime de lo divino, inspiración de arte y de humildad (“Hay una grieta en todo”, escribiría más tarde en “Anthem” (Himno), cuya melodía es retomada en su nueva canción “Treaty”(Tratado) pero “así es como entra la luz”). La lectura de la Biblia de “Aleluya” es reveladora, un poderoso ejemplo de lo que significa escribir dentro de una tradición sin verse obstaculizado por ella.

Cohen se inspiró con amor en las fuentes judías para sus letras y otros escritos, pero no exclusivamente. Se sentía atraído por las escrituras cristianas y las enseñanzas budistas y por mucho más. Era un buscador espiritual, dispuesto a extraer oro dondequiera que pudiera ser encontrado. Estaba orgulloso de ser judío, frecuentemente hablaba de su deuda, y no se sintió atemorizado por los matones del BDS para llevar a cabo un concierto en Tel Aviv hace unos años (no fue su primera visita), encantando a la fervorosa multitud con la bíblica bendición sacerdotal (Su apellido es Cohen, después de todo). No me he apartado de la práctica judía, pero he aprendido de él mucho acerca de los misteriosos y paradójicos caminos de Dios y del Ser Humano.

Cuando desperté esta mañana con la noticia de la muerte de Cohen, me sentí triste, pero no sorprendido. Los informes de su enfermedad habían estado circulando; él mismo había dicho que estaba listo para morir (aunque también dispuesto a vivir hasta los 120), y su nuevo álbum, “You Want it Darker” (Lo quieres más oscuro” anuncia la inminencia de la muerte.  Espero que alguien diga el Kadish por él (yo estoy dispuesto, si me lo piden). Que su memoria y su música sigan siendo una bendición para todos nosotros.

Traducción: Daniel Rosenthal