El Lado Oscuro de la Luna

Ianai Silberstein

En una charla magistral que dio Borges en Sala Verdi en Montevideo en 1984 habló de “metáforas esenciales”. Quiero proponer que, habiendo efectivamente algunas de esa naturaleza, sin duda La Luna es una de ellas. Desde las religiones primitivas a Lorca o Pink Floyd, y aun después de haberla pisado, la luna es para el hombre motivo de alegrías y tristezas, misterios y nostalgia, certezas y soledades. Representa mucho de aquello que no puede ser dicho de otra manera: es una metáfora, y aceptando la propuesta de Borges, es una metáfora esencial.

En la película “Apollo XIII” de Ron Howard el momento culminante y más emotivo es aquel en que Jim Lovell (Tom Hanks), habiendo aceptado que no pisará la luna, la circunvala en una órbita que les permitirá iniciar el camino de regreso a la Tierra. Son minutos de silencio, desconexión, y oscuridad donde el Hombre, en este caso el personaje interpretado por Hanks, se enfrenta no sólo a la magnitud y silencio del universo sino a su propia insignificancia e impotencia. La ausencia de la comunicación con “Houston” sume la Creación en un silencio al cual nunca nos asomamos. Vueltos al lado luminoso del satélite, recompuesta la comunicación, el Hombre (Lovell/Hanks) convoca, mediante la palabra, a volver a casa. El resto es historia conocida.

Como judío no practicante y apenas tradicionalista muchas veces he denominado la vivencia estricta, rigurosa, y religiosa del Shabat y las festividades por parte de judíos religiosos como una aventura al lado oscuro de la luna. Por un tiempo determinado quienes eligen esa vivencia sabática cortan toda conexión remota con sus semejantes, renuncian a enterarse qué sucede en el mundo, y transitan un tiempo contemplativo en lugar de creativo. Volviendo a las imágenes de la película de Ron Howard, transitan en su “cápsula espacial”, en un ambiente acotado y próximo, un tiempo específico.

Quienes lo vemos desde el lado claro de la luna sentimos que transcurre un tiempo de pérdida y lejanía. Sabemos que se cumplirá la órbita y volverán a aparecer apenas finalice Shabat, que volveremos a verlos activos en Whatssap o en Facebook o que simplemente nos atenderán el teléfono. Pero como no compartimos la necesidad de esa experiencia no podemos sino sentir cierta alienación, cierta remoción de los vínculos. Lo cierto es que, nos ubiquemos del lado de la luna que nos ubiquemos, seremos absolutamente conscientes del transcurrir del tiempo. Nuestra es la elección de cómo y dónde.

Este mes de octubre pasado, Tishre en el calendario hebreo, nos regaló una luna llena especialmente cercana y presente. Noviembre, Jeshban, promete la luna en su máxima expresión. En el tiempo del año que elegimos vivir más despojados y al descubierto, Sucot, la luna se expresó con toda su fuerza. Las festividades de Tishre que culminan precisamente en esta época de luna luminosa y brillante también pueden suponer un viaje más prolongado por su lado oscuro y remoto. A diferencia de Shabat, es un viaje que suele arrastrarnos a todos.

Durante mucho tiempo me causó asombro y perplejidad la elección, por parte de muchos, de esta opción de desconexión y soledad mientras transitamos un tiempo (y un espacio) determinados. Pensaba que si un hijo mío eligiera esa alternativa, me dejaría a mí sin la posibilidad de contactarlo durante Shabat. “Houston, we’ve got a problem”, no sería viable, como no lo era en la película durante esos minutos de circunvalación.

Hoy en día sin embargo puedo animarme a pensar en cómo resurgen, al final del periplo, quienes estuvieron del lado oscuro de la luna durante Shabat. Tal vez ellos sí hayan podido comprender la metáfora esencial de Borges. Como Jim Lovell pudo, una sola vez, ellos pueden cada semana: dedicar un tiempo aparte, pautado, reglado, y limitado, en que la comunicación humana se reduce al próximo prójimo y todo lo demás es enfrentar el maravilloso e inefable mundo de la creación y nuestra posición en él.

No obstante, dudo que yo esté hecho de materia tan abstracta y espiritual como para elegir ese tipo de desconexión. Prefiero no renunciar a nadie ni nada nunca, aun al precio de la alienación. Pero poder asombrarme primero, para intentar comprender después, un fenómeno tan intenso que muchos abrazan, me hace estar más atento a experiencias similares que, por fuera del calendario, siempre nos enfrentarán al lado oscuro de la luna.