Batlle

Lo primero que me vino a la mente cuando supe la noticia de su muerte fue que mi padre, pocos años menor que él, siempre lo votó. Si Jorge Batlle se postulaba, mi padre lo votaba. Aún sin chance. Supongo que como mi padre hubo muchos otros cientos de miles de uruguayos que actuaron de igual modo; fueron la expresión, voto mediante, de la coherencia de un líder. La Historia ya explicará por qué ese hombre con ese apellido fue tan perseverante y pudo sostener su perseverancia hasta alcanzar su meta, la presidencia de la república, nada menos que a los setenta y seis años. Hasta entonces, y aún hoy, hay quienes lo llaman un perdedor.

Batlle y nosotros: no puedo asegurarlo, pero tengo una noción histórica de que los judíos votamos mayormente a los Batlle en la segunda mitad del siglo XX. Primero a Luis, luego  Jorge. No cualquier hijo calza los zapatos de su padre, pero Jorge lo hizo y acomodó a su paso a su ideología y las circunstancias de su tiempo. Nuestros abuelos y padres, inmigrantes que habían encontrado en Uruguay un espacio y tiempo de paz y trabajo, abrazaron el “batllismo” (sí, el de los Batlle). Como buenos judíos, abrazaban al mismo tiempo una familia y una idea: la del Estado liberal, anticlerical, comprometido, y solidario. Una suerte de punto medio y desanclado de las grandes ideologías absolutistas de la Europa de la cual habían huido o escapado: el Comunismo y el Fascismo.

Tal vez por eso hoy la muerte de Jorge Batlle toque fibras íntimas en muchos de nosotros, hijos y nietos de aquellos inmigrantes. Más allá de lo qué votemos, Batlle fue siempre una opción a tener en cuenta para muchos. En el cambiante mundo de la política, Jorge Batlle era un mojón referencial ineludible. Será difícil pensar en la política sin él, aun cuando se había “retirado” después de su presidencia. Pero seguía presente, a tal punto que así murió: haciendo política a sabiendas que su discurso no aportaría otra cosa que esclarecimiento. Todos lo admirábamos por eso.

El recientemente fallecido Shimon Peres fue considerado un “perdedor” toda su vida. A su muerte, nos replanteamos el tema. Jorge Batlle fue considerado un perdedor porque ganó la presidencia recién en el quinto intento, y para colmo lidió con la peor crisis en la historia del Uruguay. Lo hizo con sapiencia, criterio, sentido común, y jugándose su propia persona. ¿Cuál es el criterio para medir la magnitud de un político? Estoy seguro que Jorge Batlle pasa la prueba en más de un sentido: compromiso, coherencia, continuidad, perseverancia, y capacidad cuando llega su hora de actuar.

Como con Shimon Peres en Israel, con Jorge Batlle se cierra un ciclo enorme de la historia nacional. En Uruguay no podemos hablar de “padres fundadores” como hablamos en relación al fallecimiento de Shimon Peres; la Historia lo hace imposible. Pero si algún valor tiene una estirpe familiar, Jorge Batlle lo representa en el Partido Colorado del mismo modo que Luis Lacalle Herrera lo hace en el Partido Nacional. Cada uno se ha erigido en líder por derecho propio y con autonomía ideológica. Sin embargo, hay un sentido de la vocación y el servicio que sólo se explica por una genealogía no ya de “sangre” sino de “discurso” y valores.

El siglo XX en Uruguay está signado por los Batlle: de José “Pepe” a su sobrino nieto “Jorgito”. Con ellos el Partido Colorado tuvo su siglo de gloria, el país tuvo su primer gran empuje de desarrollo (y consecuente estancamiento y decadencia). Más aún: Jorge Batlle dejó al país en posición de largada cuando en 2005 finalmente el Frente Amplio ganó las elecciones. Batlle no pudo haber dejado mejor andamio desde donde reconstruir el país (la izquierda es tan afecta a las metáforas obreras).

Jorge Batlle no “se fue de viaje” ni “de gira”. Murió, “como todos los muertos de la tierra”. Con él ha muerto la tradición de aquello que aspirábamos ser como uruguayos. Difícilmente surjan “otros Batlles” en el siglo XXI: pinta populista, fragmentario, tribal, inmediato. Escenario ideal para arribistas y políticos inventados. Los otros, los que dedican su vida, se conformarán con los cargos.

Que descanse en paz.

Ianai Silberstein