Shimon Peres: el último de su estirpe

Ari Shavit, Haaretz, 29 de setiembre de 2016

A diferencia de otros judíos que le sucedieron en el poder, Peres siempre supo que ser judío también significaba ser universal y moral, estar en el lado correcto, ilustrado, de la historia.

Es cierto que fundó la industria aeronáutica israelí (1953), tomó la decisión acerca de la Operación Entebbe (1976), salvó a Israel de la hiperinflación (1985) y sacó al ejército de la mayor parte del Líbano (1985). Firmó el acuerdo de Londres (1987), condujo el proceso de Oslo (1993) y tuvo éxito en transformarse a sí mismo de político controvertido a presidente amado (2007). Sin embargo, la contribución real de Shimon Peres al estado judío fue el increíble trabajo que hizo en París a mediados de la década de 1950, que llevó a la construcción del reactor nuclear de Dimona. Actuando en contra de una fuerte oposición, el aprendiz de brujo de David Ben Gurion tuvo éxito en ampliar la red de seguridad estratégica que aseguró la existencia de Israel. Contra todo pronóstico, el kibutznik de 34 años de edad levantó por encima de nosotros esa cúpula de cristal invisible que nos permite tener una vida casi cuerda en este loco lugar.

Pero Peres nunca fue realmente un kibutznik. Fue un niño de la diáspora judía que llegó de Europa antes del desastre, a la Aldea Juvenil Ben Shemen, y que intentó toda su vida convertirse en un israelí. Fue el nieto amado del abuelo asesinado en el Holocausto, y toda su vida trató de huir del pasado hacia el futuro. Y eso es por lo que estaba tan dedicado al mañana. Siempre fue tenazmente esperanzado. Es por eso que no podía soportar los problemas y buscaba soluciones. Siempre estaba de camino a la próxima computadora, al próximo coche, al próximo misil o al próximo nanoprocesador que traería socorro científico a los dolores de un pueblo pequeño, aislado y perseguido. Siempre fue un judío, que hizo todo lo que hizo como judío, en nombre del pueblo judío.

A diferencia de otros judíos que le sucedieron en el poder, Peres siempre supo que ser judío también significaba ser universal y moral, estar en el lado correcto, ilustrado, de la historia.

El año pasado me pidió que escribiéramos un libro juntos. Peres sabía que muchos de los libros que había escrito no habían tenido éxito en capturar el drama incomprensible de sus 93 años. Quería colocar un último libro en el estante que contara la historia de su vida como la historia de la vida de Israel, antes de que fuera demasiado tarde. Por desgracia, el libro nunca llegó a escribirse. Pero su historia es nuestra historia: el escape de último minuto del infierno, la llegada a la playa prometida iluminada por el sol, el intento de creer en la utopía y alcanzarla. Y después está el hecho de hacer frente a la realidad del conflicto. El trabajo con Ben Gurion en armar el estado antes de su creación y su fortalecimiento después de su creación. La comprensión de que nuestras vidas dependían de una combinación de destreza militar, alta tecnología y legitimidad internacional. El conocimiento de que hay que equilibrar siempre la construcción de nuestra fuerza con el sostenimiento de la justicia.

Sin embargo, estaba su sofisticación, maniobrabilidad y astucia. Su capacidad de elevar los ojos a los cielos mientras nuestros pies todavía estaban en el barro.

Entonces, cuando tenía 70 años, estuvo el conmovedor intento de llevar la tragedia palestino-israelí a un final feliz, y su fracaso, su colapso ante el nacionalismo mesiánico. Pero se negó a darse por vencido. Tenía la perseverancia, el ingenio y la iniciativa. Sentía pasión por la vida y amaba la vida. Tenía una gran vitalidad y la creencia casi religiosa de una persona secular, que, a pesar de todo, aquí podríamos hacer posible lo imposible.

Shimon Peres no era un santo. Tenía un montón de debilidades humanas. Tenía un hambre infinita de amor, y una necesidad de cautivar y ser cautivado. Pero era un hombre fuerte que sabía cómo luchar por lo que era suyo y por lo que era nuestro. Perseveró, levantándose después de cada caída y recuperándose de cada golpe para seguir adelante. Fue un verdadero patriota que estaba dispuesto a meter la mano en el lodo para sacar algún diamante.

Fue el último de ellos. El último de los líderes sionistas que experimentaron personalmente todas las fases de la revolución sionista. El último de los líderes israelíes que participaron en el establecimiento del estado. El último de los gigantes judíos que construyeron el Tercer Templo con sus propias manos.

Traducción: Daniel Rosenthal.