Elul: otra aproximación

Elul supone hacer sonar el Shofar cada día (excepto Shabat) y pedir perdón a aquellos a quienes hayamos errado. Es al mismo tiempo un llamado de atención colectivo y una reparación con uno mismo, con el prójimo, y por qué no, con dios. ¿Cómo transitamos Elul? ¿Cómo llegamos a Rosh Hashaná, a Iom Kipur, a ese mes de Tishrei tan cargado de ceremonias y significados? Más allá del ejercicio y la vivencia individual, del mismo modo que hay cuatro hijos en la mesa de Pesaj también pueden haber cuatro maneras de abordar estas fechas solemnes, los Iamim Noraim. Tales que pueden ser ejemplificadas, vivenciadas, a través de las historias de nuestros patriarcas y profetas. Siguiendo el modelo bíblico de realismo alegórico, podemos encontrar en los personajes y sus vicisitudes la forma de pararnos frente estos días.

Génesis 22 ilustra la aproximación obediente y pasiva: así como Abraham sigue las instrucciones de dios y se encamina a sacrificar a su hijo, muchos de nosotros obedecemos el mandato de la tradición (el mandato bíblico para algunos no es relevante, aunque sea el origen de dicha tradición) y escuchamos y hacemos escuchar el shofar en Rosh Hashaná y ayunamos en Iom Kipur. Así está “escrito”, así es. En Iamim Noraim se escucha el shofar, se ayuna, se va a la sinagoga, y se golpea el pecho en las “confesiones”. No se pregunta, se hace. Dios dispondrá. Todos esperamos que sea del mismo modo que dispuso de Itzjak.

Por otro lado existe la actitud reflejada en Génesis 18, concretamente en el versículo 23: nos rebelamos, o por lo menos, discutimos. ¿Acaso tiene que ser como está dispuesto que sea? ¿Merecen morir (en Sodoma y Gomorra) justos por pecadores? Lo cierto es que sí, morirán todos menos unos pocos, la familia de Abraham, Lot y sus hijas. Pero lo importante no es tanto el desenlace sino la discusión filosófica que lo demora. El Abraham que cuestiona el criterio de dios nos muestra un camino distinto al Abraham de Génesis 22; es el camino del hombre que dialoga con dios en su afán de modificar las consecuencias de su criterio. Si bien Abraham no tiene éxito, marca un camino que nuestra tradición seguirá para siempre a través de Moshé, los profetas, y luego los rabinos. Nuestra relación con lo divino es un diálogo, no un mero acatamiento. Podemos transitar Elul y llegar a esas fechas desde la conversación y no desde la imposición.

Entre la obediencia y la rebeldía existen otras dos maneras de abordar los tiempos sagrados. Podemos ser como el profeta Jonás, reacio a cumplir su misión; o podemos ser como la profetisa Janá, que corre a consagrar a su único hijo, Samuel, al servicio de dios y la comunidad.

Jonás no quiere saber nada con la misión que se la ha encomendado, por noble que sea. Intenta huir solamente para verse envuelto en un singular viaje interior en el vientre de un gran pez; para ser responsabilizado por los sucesos de la naturaleza; y para comprender al final del camino los misterios que rodean nuestra existencia. Hay algo fatídico en Jonás, algo irremediable. Tal vez algo así nos suceda a muchos cuando finalmente esos días del calendario llegan y debemos atravesarlos: queramos escapar o no, supondrán una transformación y una nueva percepción de nosotros mismos en el contexto de nuestro entorno. Cada año. Creceremos aunque queramos lo opuesto.

Janá es una mujer estéril, como tantas en la Biblia, que hace una promesa y corre a cumplirla. Apenas “desteta” al niño Samuel lo entrega al profeta Elí para su educación y consagración. Lo visita, lo ve crecer, le trae su ropa, pero no interfiere en el rol de su hijo. Tal vez esa sea otra forma de arrimarse a los Iamim Noraim: no sin sacrificio pero con total plenitud y disposición, con la sensación de la promesa (asumida libremente) cumplida y la certeza, año a año, que se es partícipe en la construcción del futuro del pueblo, la comunidad. Samuel escuchará al pueblo, ungirá reyes, y será juez y parte de uno de los períodos tal vez más conflictivos pero sin duda más gloriosos de nuestra historia (no ya de nuestros mitos).

Así como hay un hijo sabio, un hijo “malvado”, un hijo “inocente” o “simple”, y un hijo “que no sabe preguntar”, podemos vernos en cuatro tipos de judíos: el judío piadoso y obediente, el judío argumentador y cuestionador, el judío reticente y evasivo, y el judío entusiasta y constructivo. Podemos ser uno de ellos pero seguramente seamos un poco de cada uno. Sea como sea, los “días solemnes” pasarán y no serán una mera sombra del tiempo, carentes de la experiencia personal, en colectivo.

Ianai Silberstein