Agon, Areté, Catarsis, e Hibris

Si el agon y el areté “sólo pueden actuar juntos como un sistema en equilibrio, que hace del ansia de vencer un acto de superación de las virtudes”, como escribe Emma Sanguinetti en su blog (que reproducimos), entonces surge la pregunta acerca de dónde ubicar la catarsis y el hibris, otros dos conceptos que los griegos dieron a la humanidad. La fuerza del texto de Emma Sanguinetti no está en el mero estilo y la exactitud de sus definiciones e insight, sino en rescatar lo esencialmente humano de un show mediático como pocos. A diferencia de un Mundial de Fútbol, los juegos olímpicos ponen de manifiesto sobre todo el esfuerzo individual, el extremo al cual los atletas se exponen uno a uno.

Emma habla del efecto catártico de la competencia tal como se manifiesta en los primeros planos de los atletas una vez finalizado el esfuerzo máximo. Está claro que durante la competencia algo que traían consigo quedó por el camino a la vez que algo dentro suyo se vio modificado. Como mayormente la cámara nos muestra los ganadores lo que vemos es una catarsis culminada en liberación y triunfo: el areté. Un ejemplo muy contundente de este proceso fue el partido de tenis Murray vs. Del Potro: el mundo reconoció en el esfuerzo de estos dos atletas el espíritu olímpico por excelencia. Su recogimiento en soledad, su llanto, una vez finalizado el literalmente agónico partido, no precisa más explicación. Estaba todo allí.

Por otro lado, ¿cómo explicamos a Usain Bolt y su desenfado y hasta desprecio hacia sus rivales? ¿Cómo refleja el espíritu olímpico del agon y el areté una carrera que sabemos de antemano quién ganará? Para empezar, el resto de los competidores compiten por las otras dos medallas. Bolt, por su parte, refleja no tanto un “desvalor” griego sino un valor que actúa como límite de la omnipotencia humana: el hibris. Bolt no es ni será el primer ni último atleta superdotado que pone en juego un ego feroz. Todos los superdotados en alguna disciplina tienen un cierto derecho a enorgullecerse de su especial habilidad.

Pero es especialmente en estos casos donde el hibris se pone en juego y torna más peligroso: en qué medida el sujeto privilegiado cree, realmente, que su habilidad lo pone por encima de sus semejantes. El hibris supone no tanto exuberancia sino exceso; no autoestima sino soberbia. En la carrera por la superación, de no mediar la noción de hibris, pegaríamos el salto hacia lo divino; y con ello hacia la caída más estrepitosa. El hibris nos da una medida humana en medio de un juego en que jugamos a ser dioses.

Resultó especialmente doloroso y confuso escuchar a la atleta uruguaya Débora Rodriguez después de no clasificar y salir 6ª en su serie de 800 metros llanos: de alguna manera en ella se reunieron en forma evidente y contradictoria todos estos conceptos que Emma Sanguinetti puso sobre la mesa en su blog: el esfuerzo agónico de la carrera, las virtudes que implica, la catarsis que provoca, y el esfuerzo por dominar una autoestima y una frustración que no parecían encontrar su cauce. Basta escuchar sus declaraciones a los medios para empatizar con esta joven que se debatía entre la agresividad, la justificación, la esperanza, y sobre todo, la autocompasión.

Hay rastros de hibris en mucho de lo que expresó: creer que podría lograr algo que ella misma admite que la excede; pero esa noción contradictoria de sí misma es la que al mismo tiempo la rescata, le da sentido a su esfuerzo agónico, y canaliza su catarsis. En una mujer tan joven no es más que el proceso de maduración y crecimiento; en este caso, y cómo lo enseña el espíritu olímpico, a través de una prueba (casi) final y concluyente. Extrema. Nadie tiene verdadera noción de sí mismo hasta que no enfrenta sus propios “800 metros llanos”. Tal vez vencer,  en este caso, no signifique clasificar ni una medalla sino la sana noción de nuestros límites y la eufórica comprobación de nuestras virtudes.

Ianai Silberstein, 18 de agosto de 2016