Lo femenino, la Cabalá y la Economía

En la Cabalá, como prisma para mirar al mundo, todo tiene un lado masculino y un lado femenino.  Cabe preguntarse, entonces: ¿Dónde estaría el lado femenino de la economía?

Si usamos como criterio los estereotipos al respecto, todo lo que surge sobre economía  parece estar más bien del lado de lo masculino. Sea como disciplina académica, como práctica o como sistema de instituciones, sobran los ejemplos: el acento en lo cuantitativo, en lo externo, en el análisis, la compartimentación y lo objetivo, en la autoridad de los técnicos; la fría lógica de los números, el egoísmo racional, el uso del poder y la agresividad, la competencia, las multas y sanciones, la propiedad y la exclusividad, la acumulación, las presiones, los lobbies. Lo mismo sucede si usamos el árbol de la vida y los textos de la Torá: desde las preocupaciones éticas en las teorías de la justicia y las reglas en el intercambio, hasta la misma idea de ganancia leída como victoria, se asocian a Tzedek u Hod, Sefirot que corresponderían al lado masculino del árbol.

¿Cómo ubicamos  la emotividad, la síntesis holistica, la unidad, el acento en lo cualitativo y lo subjetivo del estereotipo, o el amor, la misericordia, la receptividad de Biná, Tiferet o Jesed, las Sefirot más “femeninas”? En especial cuando, desde una visión masculina, se las asocia al desinterés, al altruismo y al voluntariado, a lo gratuito, y por lo tanto, a lo no económico, a lo irracional desde el punto de vista del autointerés, al trabajo a pérdida. Es decir, cuando esa visión masculina nos las escinde y nos implanta un “switch”, un botón conmutador para poder vivirlas; cuando podemos ser delicadamente espirituales en Iom Kippur, en la sinagoga o al donar, pero luego de la Havdalá, ¡switch! , cambiamos el chip y salimos al rudo mundo real, a conquistar mercados, a pelear por aumentos salariales,  a hacer cuentas.

Si buscamos ser judíos y espirituales en todas nuestras horas, si tomamos el desafío del Rab. Arthur Green en “Eihe, una Cábala para el mañana”, instándonos a poner Kavaná en todos nuestros actos, entonces comprar y vender, pagar y cobrar, trabajar, producir y ganar, deben tener un “lado femenino”, una contracara o lectura espiritual, que tendríamos que poder encontrar. O de lo contrario, crear.

La propuesta es la siguente: la otra cara de la moneda, el lado femenino de la economía, viene de la mano de algo que enfatiza Green: en la Cabalá “todo es uno, cada uno es un microcosmos”;  “cada ser humano contiene todo el universo”, o “Dios, el mundo, el macrocosmos cósmico y el microcosmos de cada individuo particular, todos reflejan una misma estructura”.

¿Por qué? Porque, si desde nuestra propia tradición -no budismo, no new age- “todo es Uno, y cada uno es un microcosmos”, entonces nos reflejamos y nos modelamos en cada objeto o servicio que resulta de nuestro trabajo. Dicho de otro modo: al producir un bien o un servicio, en él nos estamos produciendo a nosotros mismos, al todo, al mundo…y hasta a Dios. Lo que se mueve en la economía, mirado así, no es dinero contra bienes y servicios, sino nuestro ser. Así, si producimos un objeto desechable y para consumo, nos hacemos desechables y consumibles; si es dañino o destructivo para el medio ambiente, , nos daña o nos destruye; si destratamos a alguien al brindar un servicio, nos estamos destratando a nosotros mismos.

Entonces la riqueza no es el dinero, sino el ser que construimos, en nosotros, en el otro, y en lo otro:  la felicidad que produzcamos. En la economia masculina  intercambiamos, esperamos algo a cambio de lo que damos. Sin embargo, el ser no se intercambia, se optimiza, y optimizando al otro con lo que le damos, nos optimizamos a nosotros mismos. Por lo tanto, en la economía femenina dar es recibir, somos lo que damos. El dinero femenino  no mediría ganancias monetarias sino autoproducción, sería algo así como un puntaje por nuestro hacer ser. Todas nuestras actividades son económicas en ese sentido, el de la optimización de la autoproducción; desde cuidar de nuestra familia, hasta admirar un paisaje, mirarlo con amor.   Cada uno resulta ser una empresa de producción de sí y del mundo.

Optimizar es plenificar, es amar, es producir unidad. Por lo tanto, si partimos de que todo está en todo, esa felicidad que es el producto de la economía femenina nunca podría ser individual: es la felicidad del todo, es sintonía, con todo y todos; es una economía en la que no existe la felicidad personal a costa de los árboles o los animales, del medio ambiente, o del trabajo esclavo de alguien más. Produce bienes intangibles, que no son marcas o patentes a poseer, sino actitudes, capacidades, relaciones o tiempos, paz, convivencia, salud o bienestar interior a irradiar. Lo hace transformando recursos también intangibles, espirituales, interiores, intelectuales y físicos, relacionados con la energía vital, pero también es el trabajo sobre esa energía, para convertirla en tangibles. Es una fuente criterios para evaluar haceres, y así, funciona como rumbo para la economía masculina. Es kol Israel arevim ze la ze, y también es Abraham…. haciéndole caso a Sara.

¿Qué instituciones se generarían desde un enfoque así? La existencia del Estado de Israel, decía David Hartman, “evita que el judaísmo sea confinado exclusivamente a una cultura de estudio y rezo, y expande el ámbito de participación halájica”. Nos enfrenta al desafío de lidiar con problemas que hasta entonces habían sido responsabilidad de otros (por ejemplo, las políticas económicas y sociales) y con ello nos da la oportunidad de innovar, de buscar enfoques propiamente judíos de esos problemas.  En ese sentido, Israel podría ser el laboratorio, la Jupá donde consagrar el seguramente fructífero matrimonio entre la economía masculina que conocemos, y ésta otra que está hoy aún tras el velo de Rivka, esperando ser vista: la economía femenina. La del espíritu, la de los intangibles.  La de la felicidad.

Karin Neuhauser, 12 de agosto de 2016