Harari: lecturas alternativas.

Si la centralidad del pueblo judío es pasible de discusión, su permanencia a través de los siglos no lo es. Tal vez la cuestión es confundir centralidad con permanencia. El artículo de Yuval Noah Harari que hemos traducido para los lectores de TuMeser sin duda fastidiará a muchos; si pensamos que valía la pena su publicación es porque sigue sumando puntos de vista a las múltiples y complejas formas que tenemos de percibirnos a nosotros mismos. TuMeser ha pretendido (no que siempre lo haya logrado) proponer discursos alternativos a los más tradicionales dentro del judaísmo; en ese contexto, los planteos de Harari no pueden ser más adecuados, por discutibles que sean. Es celebrable que aquellos que encuentren en Harari algunas respuestas a sus más hondos conflictos respecto al judaísmo y su auto-percepción se vean finalmente reflejados en el pensamiento de un intelectual de fuste; al mismo tiempo, es deseable que aquellos que encuentren en Harari un negador y difamador de la contribución judía a la humanidad se esfuercen en reforzar el mero argumento de contar premios Nobel. Se lea como se lea, ya sea en “Sapiens” o en esta más breve contribución, Harari dispara: no sólo dardos provocadores en medio de una juerga, sino bengalas luminosas en medio de un naufragio.

Si retomamos el tema de las expectativas que sugerimos en nuestra lectura de “Pinjas” la semana pasada, tal vez podría pensarse la propuesta de Harari como una forma de ponerlas en su justo lugar; no es mala cosa. Pero si aplicamos el mismo criterio comparativo de Harari, si bien los judíos sufrimos de cierta egolatría, ésta no se compara con los egos y las centralidades propuestas por otras religiones y culturas. De los emperadores romanos a los Trumps y Putins de hoy en día, la semejanza es asombrosa. Al mismo tiempo, nuestros grandes líderes han sido todos, infaliblemente, imperfectos, criticados, y castigados. En otras palabras, el judaísmo no produce egos de tal magnitud, aunque el colectivo tienda a verse más central y determinante de lo que debería.

La frase central acuñada por Harari en su libro “Sapiens” es, a mi criterio, aquella que dice que somos la única especie capaz de hablar acerca de aquello que no existe. De ese modo construimos mitos e historia y levantamos grandes civilizaciones donde se suma el esfuerzo de miles y millones de individuos. Como lo señala Paul Johnson, que nunca asevera la centralidad histórica del pueblo judío por cierto, la gran contribución de los judíos ha sido la de construir una historia para ellos mismos, creerla, y llevarla hasta sus últimas consecuencias. No se trata de prevalencia o innovación en criterios morales y éticos, sino la capacidad de encontrar un sistema que asegure la permanencia de esos valores. Discutir la centralidad del judaísmo en el contexto de la historia universal parece irrelevante cuando es tan obvio que sin el mismo el mundo sería, usando las palabras de Johnson, “un lugar muy distinto”. Sólo se justifica si queremos poner en su lugar a un cierto tipo de judío: xenófobo, imperialista, misántropo, arrogante.

Harari desarrolla su propuesta para desembocar en el milenario tema del antisemitismo. Así como un judío egocéntrico hará caso omiso de Harari y su tesis, un antisemita típico será inmune a su razonamiento: tanto el egocentrismo como el antisemitismo son características irracionales. Lo que resulta una pena es que una propuesta tan valiente y provocadora, tan bien argumentada, tan autocrítica, desemboque en una apelación al antisemita. Que el antisemitismo deje de existir (utopía si las hay) depende poco de nosotros los judíos, mientras que nuestra identidad, propósito, y naturaleza dependen enteramente de nosotros. Leer a Harari en esta oportunidad, como en “Sapiens”, nos obliga a repensarnos. Es como si estuviéramos recreando, día a día, año a año, la revelación galileica que modificó la historia que el sapiens se había contado a sí mismo hasta ese momento para empezar a contarse otra muy distinta. El judaísmo cuenta año a año las mismas historias, es cierto; pero su centralidad y permanencia están dadas por sus múltiples lecturas.