Día Después

¿Qué hacemos con Paysandú, Marzo 8 de 2016? ¿Cómo siguen nuestras vidas después de enterrar y doler por David Fremd (z’l), asesinado por apuñalamiento, por judío?

No es difícil unir los puntos y dibujar la figura que surge explícita: el antisemitismo en Uruguay cobró su primera víctima. La excepcionalidad del hecho lo hace más contundente y explícito. Nadie puede ser ciego ante la evidencia: los primeros videos compartidos por los medios uruguayos en la guerra en Gaza entre Israel y Hamas en 2014; la escalada discursiva y gestual del gobierno de entonces; las pintadas en los muros; una opinión pública exacerbada; el asesinato en Paysandú; todos estos hechos se alinean en un mismo eje.

Así como siempre hemos sostenido que la palabra cura, también proponemos que el discurso genera realidades: creamos nuestros propios mitos, prejuicios, y supersticiones. A fuerza de repetir verdades a medias, de distorsionar hechos históricos, de permear realidad con ideología, una sociedad habilita sus propios demonios y los desata así, repentinamente, en el lugar y momento menos pensado. Despertar el instinto del mal no es difícil; no en vano las religiones, en su versión más noble, pretenden sublimarlo. Desatada la bestia, cometido el crimen, enjuiciado y castigado el victimario, cuando intentamos volver a nuestra rutina, cabe la pregunta: nu? Ahora, ¿qué?

Por un rato (¿horas, días, semanas?) recuperamos nuestra condición de víctimas. La sociedad uruguaya demostró su espanto y solidaridad, su condena a hechos tan terribles; aun con los ecos antisemitas rebotando en las redes sociales, encontramos en vecinos y conocidos palabras de condolencia auténticas. Sin embargo, sería ingenuo pensar que ese hecho cambiará la percepción de la opinión pública respecto de los judíos e Israel. La dinámica del Oriente Medio pondrá otra vez a Israel en el brete de la defensa preventiva (léase, atacar para defenderse), a la vez que seguirá inundando Europa y el mundo occidental con refugiados y terroristas (mayoría de los primeros, pero no pocos de los segundos). De París a Paysandú sólo media una cuestión de escala. Nunca perdemos la condición de víctimas, pero cada vez más somos visualizados como victimarios.

De modo que quienes predicamos un judaísmo definido desde lo profundo del ser hacia la comunidad, deberemos conformarnos con un judaísmo definido por el entorno que presiona sobre esta misma comunidad. En lugar de una fuerza centrífuga que se vuelque sobre la humanidad, seremos una fuerza centrípeta que nos vuelve absoluta e inexorablemente auto-referenciales, auto-compasivos, y auto-complacientes. El papel de víctimas (que los somos) habilita un visión facilista de nosotros mismos. Hagamos lo que hagamos, siempre seremos incomprendidos y odiados, atacados, pensamos; bastará con recordar Paysandú 2016. El problema no es solamente el antisemitismo en sí y sus consecuencias, sino lo que éste genera en nosotros mismos: una pasividad pasmosa respecto de nuestra propias carencias, nuestras materias pendientes, nuestro desafío de un judaísmo más auténtico, profundo, y significativo.

En el próximo mes volveremos a escuchar historias de liberación y redención, historias que nos han sostenido por milenios: Purim y Pesaj. Ambas resaltan nuestra prevalencia por sobre toda adversidad, aun en las peores circunstancias. ¿Seremos capaces de leer Meguilat Ester o la Hagadá de Pesaj más allá de su triunfalismo? El desafío de supervivencia lo hemos superado con creces a lo largo de los siglos; el desafío del crecimiento individual y comunitario como judíos siempre merece más esfuerzo. No caigamos en el facilismo de interpretar que todo es voluntad divina y, como tal, está siempre de nuestro lado, pacto mediante. Revisemos el pacto y más allá de formalismos y moralismos veamos cómo cumplimos nuestra parte: no sólo respecto a dios, sino respecto a nuestros semejantes.

Del mismo modo que perfeccionaremos (aún más) nuestra capacidad de prever y defendernos; del mismo modo que invertiremos recursos en esclarecimiento y opinión pública; del mismo modo que construimos identidad a partir de la tragedia, asumamos el desafío de dedicar más esfuerzos y recursos en nuestro crecimiento interior. No sea que un día nos encontremos con generaciones que se pregunten la razón de ser judíos frente a tanto cuestionamiento y adversidad; el problema será que no encuentren la respuesta.

 

Ianai Silberstein, 18 de marzo de 2016